En Milenio, hay que decirlo con claridad, son expertos en mentir. Lo han hecho durante años para cuidar intereses empresariales.
Por Federico Arreola
“Es tanta la libertad de la que gozamos en esta generosa casa (Diario Milenio) que, hasta cuando Epigmenio Ibarra incumple su compromiso semanal (este año: 27 de enero, 2 de marzo, 6 de abril, 24 de agosto y 9 de noviembre), se le deposita en el banco, como si hubiese trabajado”. Eso lo publicó ayer lunes, en su columna, el director editorial de Milenio, Carlos Marín.
Pocas veces había leído algo tan vulgar y de mal gusto.
“Llevo once años publicando en @Milenio. Dice Marín que me han pagado 5 artículos que no publiqué. Hoy le mando el cheque”. Fue la respuesta de Epigmenio en Twitter.
Leí el texto de Marín ayer en la noche. No pude hacerlo antes porque estuve en Pachuca en un evento sobre redes sociales.
El directivo de Milenio, en el colmo de la desvergüenza, concluyó su columna pidiéndole a Epigmenio que si “cree que hay lugares donde se le aprecie igual, se le respete más y se le pague mejor, basta con que me lo diga, con gusto lo recomendaré”.
¿Por qué la saña con la que el director de Milenio se expresa de uno de sus colaboradores, de los más destacados en ese diario, por cierto: productor exitosísimo de cine y televisión, muy buen escritor, socio de Emilio Azcárraga y Carlos Slim, proveedor de las principales cadenas de TV del mundo, un hombre además ejemplarmente comprometido con las causas sociales en las que cree, la izquierda, el movimiento de Andrés Manuel López Obrador, el #YoSoy132, etcétera?
Las diferencias entre la dirección de Milenio (también Ciro Gómez Leyva lo ha atacado) y Epigmenio Ibarra surgieron en el pasado proceso electoral y crecieron durante los hechos violentos del primero de diciembre.
Minutos antes de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto, el todavía colaborador de Milenio se equivocó (conste, cometió un error, no expresó ninguna mentira) al decir en Twitter que alguien había fallecido.
Cuando se dio cuenta de que se había precipitado al dar por muerto a una persona que, estando mal herida, luchaba por su vida en un hospital, Epigmenio corrigió.
El primero de diciembre, el mérito enorme de Epigmenio fue haber dado a conocer lo que pasaba desde el terreno mismo, es decir, desde el lugar en el que los manifestantes peleaban con la policía. Con su cámara primero y después con su teléfono celular, documentó en imágenes de video los enfrentamientos. Por su atrevimiento de periodista valiente, Epigmenio recibió fuertes golpes.
Ahora bien, es importante saber distinguir entre el error y la mentira.
Todo el mundo se equivoca. Hasta los grandes científicos fallan. El conocimiento humano es la suma de muchos errores. Solo dios lo sabe todo y nunca se confunde, pero como dios no existe…
La mentira es otra cosa. Mucha gente miente por maldad o para beneficiarse, es decir, emite afirmaciones contrarias a lo que sabe o piensa que es la verdad, lo que hace porque le conviene.
En Milenio, hay que decirlo con claridad, son expertos en mentir. Lo han hecho durante años para cuidar intereses empresariales.
Un ejemplo de lo anterior lo dio el propio Carlos Marín. Esta persona mintió al decir que Epigmenio se expresa con libertad en Milenio debido a la “generosidad” de la empresa editora. No es así y Marín lo sabe. Si miente, se debe a que cree que de esa manera agrada al poder. Miente también pare presionar a Epigmenio, para empujarlo a tomar la decisión de dejar de publicar en ese diario. Las ideas y el activismo del señor Ibarra incomodan a los propietarios y directivos de Milenio y han decidido echarlo.
En otro tuit Epigmenio le aclaró las cosas a Marín: “La libertad con la que escribo no se debe, como dice Marín, a la ‘generosidad’ de esa casa editorial. Es la condición previa para colaborar”.
Epigmenio Ibarra, sí, llegó a Milenio hace once años, cuando nació el diario. No olvido, ni Epigmenio olvida, que en el momento en que se le pidió que colaborara con artículos semanales se le garantizó que iba a poder escribir lo que se le diera la gana. No por generosidad, sino porque el proyecto periodístico original así lo establecía, si no por otra cosa, porque era la única forma de que llegaran a sus páginas personas valiosas que, como Epigmenio, no estaban dispuestas a sacrificar nada de su libertad de expresión.
Antes de la llegada de Epigmenio, cuando se contrató a Carlos Marín, que había sido un periodista valiente en Proceso, se le ofreció lo mismo porque así lo exigió el ahora director de Milenio. A Ciro Gómez Leyva también se le dio esa garantía. A todos. Recuerdo el caso extremo de Katia D’Artigues, que cuando llegó a la revista Milenio exigió firmar un contrato en el que la empresa se comprometía a publicar sin modificar lo que ella enviara a la redacción. El documentó se firmó.
Las cosas cambiaron en Milenio desde hace años. Es derecho de esa empresa modificar las reglas editoriales cada vez que lo deseen los propietarios. Pero ¿y la vulgaridad? ¿En qué beneficia a Milenio decir que alguien, aunque no trabajara, recibía dinero?
Los once años de Epigmenio en Milenio merecían un final distinto.
Fuente: SDP Noticias