Por Salvador del Río
El general Lázaro Cárdenas, ya ex presidente de la República, eludía toda entrevista de prensa y guardaba silencio frente a cualquier posibilidad de una declaración sobre cuestiones políticas. En la prensa se lo llamaba la Esfinge de Jiquilpan.
Esa mañana del mes de agosto de 1962, el general Cárdenas estuvo a entrevistarse con el Presidente Adolfo López Mateos en el despacho de Palacio Nacional, sede del Poder Ejecutivo. Los reporteros de la “fuente” de Presidencia permanecíamos en la biblioteca contigua a la oficina presidencial, junto al elevador privado que subía desde el patio de honor, a la espera de la salida de los funcionarios que acudían a sus acuerdos con el presidente, para entrevistarlos.
Cuando el general Cárdenas salió de la reunión con el presidente, le pedimos una entrevista, la que en principio declinó como era su costumbre. Luego, ante la insistencia de los reporteros, accedió a concederla, para lo cual nos citó a las siete de la noche en su domicilio de la calle de Alpes, en las lomas de Chapultepec. Puso como condición que se llevaran las preguntas por escrito.
A la hora fijada, el general Cárdenas entró en su despacho. Saludó de mano a cada uno de los siete reporteros de otros tantos medios de comunicación, tomó asiento y leyó con atención la lista de las preguntas formuladas. En un alarde de memoria, colocó los papeles sobre una mesa de centro, con los textos vueltos hacia abajo; advirtió que daría una sola respuesta a dos preguntas del cuestionario porque, dijo, eran temas similares, y comenzó a contestarlas en orden en el que fueron presentadas.
Una de ellas se refería al anuncio del director de Petróleos Mexicanos, Pascual Gutiérrez Roldán, sobre la negociación que la empresa creada a raíz de la nacionalización de la industria en 1938 había concluido para recibir, por primera vez en la historia, un crédito en dólares de un banco norteamericano. El empréstito sería destinado a la expansión de la producción petroquímica a partir del petróleo crudo, cuyos remanentes se aprovechaban una vez satisfecha la demanda interna de combustibles que la propia entidad procesaba en sus refinerías.
Serio, adusto, el general Cárdenas empleó el plural acostumbrado en el estilo de los políticos –“nosotros somos, en parte, responsables de la expropiación que el pueblo hizo de las empresas extranjeras”, dijo–, y pidió que cada uno de los reporteros expresara su opinión sobre el tema del crédito concertado. El entrevistado es usted y nosotros los entrevistadores, le dijimos en vano. El general insistió en conocer nuestros puntos de vista sobre tan trascendente asunto.
Cada uno de los reporteros fue exponiendo su criterio, que el general Cárdenas escuchó atento; al final hizo un resumen de las opiniones vertidas, en las que, dijo, se expresaba la convicción nacionalista de sus entrevistados. En efecto, dijo, el gestionar o aceptar un crédito del extranjero, si bien mostraba la confianza de la banca internacional en la empresa a la que los organismos financieros cercaron durante muchos años a raíz de la nacionalización, no debe comprometer la soberanía y la independencia de la entidad que se consolidaba como un pilar del proceso de industrialización del país. A la vez, el acudir al crédito del extranjero no sería necesario si, con espíritu nacionalista, los empresarios mexicanos estuvieran dispuestos a apoyar el desarrollo de la industria patrimonio de la nación.
Eran los años en los que una parte del empresariado de México aprovechaba toda oportunidad para reclamar la reprivatización de la industria petrolera y se manifestaba en contra de la nacionalización de las compañías que durante muchos años habían mantenido el control de la energía eléctrica, llevada a cabo por el Presidente López Mateos.
Años después, en el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, el entonces director de PEMEX Jesús Reyes Heroles cancelaría la práctica de otorgar a empresas extranjeras los llamados contratos riesgo, mediante los cuales, al invertir en la explotación de los yacimientos petroleros y disfrutar de sus utilidades, se convertían en socios de la compañía nacionalizada.
El general Lázaro Cárdenas expresaba así en singular entrevista, con su estilo hermético, sobrio, su pensamiento acerca de lo que por muchos años sería el proceso de desarrollo de la empresa nacionalizada: aceptar el apoyo ineludible de la empresa privada, nacional de preferencia, mediante contratos de servicios o la concertación de créditos, pero sin comprometer en forma alguna la propiedad y el control de esa riqueza por parte del Estado como representante genuino de los intereses de toda la nación.
Fuente: Alainet.org