La antagónica definición presidencial del domingo 6 de junio en Perú, entre el sindicalista izquierdista Pedro Castillo y la derechista Keiko Fujimori, expresa la inmensa distancia que separa dos realidades de país en las antípodas y que históricamente, desde las élites en el poder, poco o nada dialogaron.
Por Aldo Anfossi
Cualquiera sea el desenlace, a Perú le espera un camino escarpado. Castillo y Fujimori son imágenes amplificadas de lo que acuerpa y significan sus candidaturas, en una nación agobiada por la corrupción y el desamparo centenario de los humildes y ahora abatida por la pandemia, con cientos de miles deambulando desde el litoral a la Sierra y casi 200 mil muertos.
“La pregunta de ¡cuándo se jodió el Perú! es retórica, supone que las cosas venían bien. Pero en realidad muchas cosas no venían bien y nunca cambiaron. Eso se ve en el racismo, el clasismo, el abandono del mundo popular, en la informalidad e ilegalidad; en el profundo desdén de la política por la ciencia y el conocimiento; y desde luego en la corrupción y la desigualdad”, dice la socióloga, académica y analista internacional Lucía Dammert, nacida en Perú y radicada en Chile hace 21 años.
Tales odiosidades se magnificaron durante los diez años de Alberto Fujimori en el poder (1990/2000), particularmente tras el autogolpe de 1992 cuando su asesor Vladimiro Montesinos “establece una mafia a cargo del Estado que socava a los partidos políticos, al Poder Judicial y que en definitiva establece un nuevo tipo de juego. No cambia las reglas, sino el juego que se desarrollaba”.
Dammert describe a Keiko Fujimori como “una política profesional muy poco empática con tres campañas presidenciales a cuestas”, la única actividad que se le conoce, y quien “representa a Lima y a la política tradicional de infinidad de promesas entendida como regalías a los más pobres”.
Keiko tiene el respaldo de los poderes económicos que se enriquecieron con Alberto Fujimori, su padre -cumple 25 años de prisión por crímenes de corrupción y de lesa humanidad- beneficiándose de las privatizaciones y exenciones, “por eso no es extraño que la apoyen pese a que ella estuvo más de un año presa mientras se la investigaba como integrante de una organización criminal”.
De Pedro Castillo dice que viene de una realidad popular invisibilizada, con formas de expresión propias y a quien la coyuntura puso en un escenario y exposición incómodos; “pero cuando está en los sectores pobres de Lima y en la Sierra, él tiene una retórica y una emoción que impacta a la gente, porque muestra escenas dramáticas de la vida cotidiana que para la élite limeña son ajenas, pero para la mayoría de peruanos son diarias”.
“Castillo se explica por el Perú de los últimos 10 años, los presidentes recibiendo plata de Odebrecht, por Ollanta Humala preso, por Kuczynski renunciando por corrupción y por todos los que no logran terminar. También por la crisis del Covid, con cientos de miles fallecidos y cuyas familias sufrieron la corrupción de los hospitales que no sirven; cuando el oxígeno está en manos de poquita gente; cuando las clínicas privadas lucran con la crisis sanitaria. Más de 250 mil personas regresaron caminando desde Lima hasta sus casas en las serranías, eso lo terminó de afianzar desde ser un candidato improbable al del rechazo, la rabia y la frustración”.
¿Qué se viene en Perú?
Dammert precisa que “ojalá que ambos esperen el recuento de los votos, que ninguno tenga la tentación de proclamarse ganador, porque eso podría iniciar una revuelta si la gente siente que le están robando la elección”.
Prevé que “gane quien gane vendrán meses turbulentos y dificultades de gobierno, ambos tienen equipos técnicos muy débiles y no habrá luna de miel. Enfrentarán un congreso hostil, una sociedad segregada, dividida y muy polarizada. Y dependiendo quien gane, probablemente altos niveles de violencia, me temo que el odio y la división que hay entre el sur y Lima empeorará si llega a ganar Keiko y eso es malo para la gobernabilidad”.
A su turno, si vence Castillo “la tendrá difícil, él y su equipo es gente con muy poca experiencia en la gestión pública y pareciera que su propuesta tiene más titulares que contenidos”.
Castillo, afirma, deberá retroceder en algunos de los maximalismos que propone e intentar reformas vía la gestión para mostrar que los énfasis serán distintos, “porque el nivel de abandono que hay de ciertos sectores es impresionante y podría tomar decisiones rápidas de políticas públicas específicas para esto”.
En Perú, explica, el observatorio de conflictos sociales muestra que hay casi uno por día, la gran mayoría lejos de Lima, por eso pasan desapercibidos. En la capital, en tanto, hay un constante y profundo divorcio con la política cotidiana, porque “quien marcha deja de recibir su salario, la gran mayoría vive del día a día y eso tiene un impacto sobre la capacidad de mantener marchas, porque la precariedad y la inexistencia del Estado obliga a que la gente se salve por sí misma”.
Fuente: La Jornada