Por Alberto López Herrero*
Las fiestas navideñas son el último ejemplo del ritual de las reuniones familiares alrededor de una mesa: comida para dar y regalar, para alimentar a un ejército, para hartarse al poco de empezar y, en definitiva, para sufrir una indigestión como excusa para el encuentro, la conversación y la alegría. Nos aferramos a esta serie de tópicos para justificar que un día es un día, que el menú de estas fechas no se repite durante el año y que no importa pagar a precio de oro productos que en cualquier otro momento resultan asequibles.
Sin embargo, si tuviésemos presentes durante esos días las terribles cifras del hambre en el mundo nuestro comportamiento alimentario no sería tan hipócrita e insolidario con la necesidad que hay a nuestro alrededor mientras nosotros nos rodeamos de opulencia a la mesa.
Si fuésemos conscientes de que una de cada ocho personas en el mundo pasa hambre, según los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y de que más de nueve millones de personas mueren cada año por causas relacionadas con él, lo que equivale a 25.000 cada día, 17 cada minuto… nuestro consumo de comida a lo largo del año estaría más acorde con las necesidades reales que con las celebraciones especiales.
En la actualidad hay 842 millones de personas, principalmente de África y Asia, que sufren la falta de alimentos. Más de 100 millones son niños menores de cinco años, de los que 2,5 millones mueren cada año por esta causa evitable. En los últimos 25 años la cifra de personas afectadas por el hambre se ha reducido en casi 100 millones de personas, por lo que hay signos esperanzadores de que un mayor esfuerzo colectivo permita rebajar aún más la tasa de la población mundial que pasa hambre, tal y como persigue el Objetivo del Milenio en 2015.
Es, por tanto, el momento de hacer examen de conciencia de nuestros hábitos con la comida para poder reducir los desperdicios, ahorrar dinero, preservar los recursos naturales y combatir el hambre. Hay suficientes alimentos para todos en la Tierra como para permitir que una sola persona muera por una causa evitable. Más que decisiones políticas o estrategias geográficas para el reparto de los alimentos, acabar con el hambre nos afecta a todos y debe empezar por cada uno de nosotros.
Según la FAO, el desperdicio de alimentos en el mundo asciende a 1.300 millones de toneladas al año, lo que representa un tercio de la producción mundial para el consumo humano. El valor económico del derroche de alimentos en los países industrializados asciende a 680.000 millones de dólares, mientras que en los países en desarrollo se sitúa en 310.000 millones de dólares. En total, mil millones de dólares van a la basura en todo el mundo en forma de alimentos, una suma de dinero y una cantidad de alimentos suficientes para paliar el hambre mundial y erradicarlo.
Los alimentos desperdiciados representan una oportunidad perdida para alimentar a la población creciente (9.000 millones de habitantes en el mundo previstos en el año 2050) pero también un elevado coste medioambiental, ya que la calidad del suelo, la cantidad de agua utilizada y la biodiversidad se ven seriamente perjudicadas, lo que incide de manera decisiva en el cambio climático mundial.
Estamos a tiempo de evitar este indecente derroche de comida. Son unas simples pautas de sentido común que cambiarán nuestra conducta alimentaria, mejorarán nuestros hábitos y contribuirán al esfuerzo global necesario para acabar con el hambre en el mundo, como por ejemplo comprar sólo lo que necesitemos para un mayor ahorro y un consumo más responsable; no tirar a la basura alimentos en buen estado -hay webs, como Still Tasty, que proporcionan información sobre los alimentos frescos y su conservación más allá de las estimaciones de la fecha de caducidad y consumo preferente-; almacenarlos correctamente, en lugares adecuados y herméticos y, por último, reducir las raciones o compartirlas para que no sobre comida.
Nuestra actitud con los alimentos los 365 días del año es una parte importante de la solución al problema del hambre en el mundo y por eso no hay tiempo que perder en ponerla en práctica.
* Alberto López Herrero. Periodista
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