Conversación con Libo, la mujer que ríe de todo, menos de “Roma”

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El cine de Alfonso Cuarón trasciende las pantallas, pues no sólo queda plasmado en sus películas; su sensibilidad viene de lejos, de su infancia. Él sabe recuperar las figuras entrañables, como la de Liboria Rodríguez Meza –Libo–, la mujer oaxaqueña que crio a los cuatro hermanos del cineasta y a quien él dedica Roma, a quien Proceso tuvo la oportunidad de entrevistar.  Libo le contó innumerables historias que sirvieron de base para su  filme. Cuarón encontró a otra oaxaqueña singular: Yalitza Aparicio, y la incorporó al elenco actoral para recrear su infancia y la de Libo, su “madre sustituta”.

Por Emiliano Ruiz Parra/ Proceso

I. Libo

–No fui maestra pero crecí a cuatro niños chiquitos –me dice Liboria Rodríguez.

–A cinco –la corrige Adriana.

Doña Liboria suelta una carcajada.

–¡A cinco! –repite, un tanto apenada de que se le olvide contar a su propia hija, Adriana López Rodríguez.

La escena se repite dos veces más a lo largo de la charla. Doña Liboria dice: “Crecí a cuatro hijos” y su hija la corrige: “S cinco, mamá”. Le dice, sin decirlo: a mí no me olvides.

Liboria Rodríguez Meza tiene 74 años. A los 16 llegó a la casa de Alfredo Cuarón y Cristina Orozco y desde entonces no ha cambiado de trabajo. Lleva 58 años con los Cuarón. Los ha visto nacer y morir. Crio a los cuatro hijos como si fueran suyos: a Alfredo –biólogo–, Alfonso –director de cine–, Cristina –científica y veterinaria– y Carlos, cineasta como su hermano. También, por supuesto, crio a su hija Adriana, Adri, que se considera la hermanita menor de la familia.

El domingo 10 de febrero tomamos café en un popular restaurante del Centro Histórico de la Ciudad de México. Pienso que cientos de los que están sentados alrededor de doña Liboria conocen su vida de una u otra manera. Porque vieron Roma. O han leído noticias sobre la película, que cuenta la historia de una trabajadora doméstica, que es una víctima colateral de la matanza del 10 de junio de 1971. En la película esa nana se llama Cleo. La actriz que la interpreta, Yalitza Aparicio, está en los cuernos de la luna, nominada al Oscar como mejor actriz. El personaje de Cleo está inspirado en esta señora menuda y bajita que no para de reírse, Liboria o mejor, Libo. “Fui su inspiración (de Alfonso Cuarón) y sigo siendo la inspiración, pero ahora del mundo”, dice Liboria en medio de otra carcajada.

La alegría es su rasgo de carácter. Liboria se ríe de todo. Menos de Roma. La película le duele. Le toca la parte más dolorosa de su vida. La primera vez que la vio lloró casi toda la función. La vio una segunda vez porque ni modo, no se pudo escapar del compromiso familiar, pero me asegura que no volverá a verla nunca, ni en cine ni en Netflix. “Me dice Alfonso que es difícil, pero que es (sólo) una película. Ah, bueno, okey, le digo, lo vamos a tomar de esa manera”, añade. Cuando recuerda la película se le empapan los ojos.

En 1962, cuando Liboria Rodríguez llegó a la casa de los Cuarón-Orozco, Alfonso Cuarón era un bebé de nueve meses. Desde chamaquito se le veía la vocación. Andaba para todos lados con una camarita. “Siempre andaba de maldoso tomando fotos”, lo recuerda Liboria. Qué hizo o dónde estarán todas esas fotos, quién sabe. Lo que sí sabe es que Alfonso la ha venido honrando desde hace años. Liboria y su hija Adriana aparecieron como extras en Sólo con tu pareja. En Y tu mamá también aparece una toma con un letrero que dice “Tepelmeme” (el pueblo de donde es originaria). Y ahí tuvo un brevísimo papel: “le sirvo un sándwich a mi niño”. Su “niño” es el actor Diego Luna. Ahí descubrió que el cine no era lo suyo. Tras dos días y el brazo completamente cansado de repetir la toma, esa escena fue su debut y despedida del séptimo arte.

Lo que no sabía es que Alfonso Cuarón le había dedicado Roma. “A Libo”, dice un letrero al final de la cinta. Cuarón reconocía –esto lo digo yo– que Liboria Rodríguez era su madre complementaria, su madre campesina y pobre, la que no le legaría apellidos, pero sí valores para la vida. Liboria me cuenta que los Cuarón la presentaban como su madre: “Decían: les presento a mi mamá. Y yo los corregía: no, tu mamá está aquí, ella (Cristina Orozco) es tu mamá. Para mí son mis niños. Creces con ellos y siguen siendo tus niños”. Liboria ha recorrido el mundo con los Cuarón. Con ellos fue a Nueva York, Los Ángeles, Londres y París; Italia, Marruecos e Irlanda –ese fue su viaje favorito por el verdor de la campiña– pero, curiosamente, nunca fue a Veracruz, como ocurre en la película.

Cleo, el personaje de Roma, es una indígena bilingüe hablante de mixteco y español. Liboria Rodríguez sólo habla español. Su madre tampoco sabía mixteco. Nació en Torrecilla, una ranchería de un municipio de la Sierra Mixteca de Oaxaca con el sonoro nombre de Tepelmeme, a una hora de Tehuacán. Fue hija póstuma de don Encarnación Rodríguez, quien falleció en junio y ella nació el 8 de septiembre (aunque su acta dice, por error, que nació el 14) de 1944. Su madre, Macedonia Meza, la crio sola y la sostuvo de hacer sombreros de palma. A los ocho años Macedonia se volvió a casar y tuvo otros cuatro hijos. Liboria recuerda su infancia con nostalgia: bañarse y lavar en el río, beber atole de trigo, iluminarse con mecheros de petróleo y velas.

Hubo pobreza, reconoce Liboria, pero eso no le impidió hacer la primaria completa, lo más que podía estudiar en Tepelmeme. Al terminar sexto de primaria, una prima, que ya era maestra, la animó para inscribirse a la Normal Rural de Tamazulapan. Fue, hizo el examen, pidió una beca que le cubría todos los gastos. Pero aun así titubeó. Le gustaban los niños, sí, pero los niños chiquitos, no los de primaria. Y lo más importante: aun con la beca temía que su madre y su padrastro no pudieran sostener sus gastos: “Y el día que tenía que ir, adrede no fui. Fui hasta el día siguiente y me dijeron: usted se había ganado la beca, pero la perdió por no venir ayer. Yo no tenía la confianza de que (mis papás) me fueran a pagar todo, aun con la beca, pensaba: voy a estar atenida, así que mejor no”.

Su prima le puso una regañiza inolvidable: “la letanía completa”, como lo recuerda. Para ella estaba muy claro: la disyuntiva de Liboria era el magisterio o fregar pisos: “Me dijo: vete a México a sufrir, a lavar platos y a refregar el piso. Pues eso es lo que quiero, le dije”. Y así fue. De inmediato empezó a trabajar como sirvienta en Tepelmeme. Después se trasladó a la Ciudad de México, donde otra prima la recomendó en la casa Cuarón.

–No fui maestra, pero crecí a cuatro niños chiquitos, dos recién nacidos y dos más grandecitos.

–A cinco en realidad –le dice Adriana, quien la acompaña en la entrevista.

–¡A cinco! –se carcajea– crecí a cinco niños muy feliz. No me arrepiento de no ser maestra. En la ranchería me fueron a ver, que me ayudaban para seguir estudiando, pero no quise, esa no era mi idea. A la mejor si hubiera habido como ahora educadoras de niños chiquitos, pero ya grandes siento que no los iba a poder manejar porque soy muy débil con ellos. Muy consentidora.

Liboria siguió a la familia Cuarón en sus mudanzas: Coyoacán, la Roma, San Jerónimo. A los 40 años se animó y tuvo a Adriana, que creció como otra integrante de la familia, contemporánea y hermana cultural de Jonás Cuarón, hijo de Alfonso. Adriana es repostera y diseñadora gráfica, y fue ella quien diseñó la tipografía del cabezal y los créditos de Roma. Fue, por eso, de las primeras en enterarse que la película estaba dedicada a su mamá, pero prometió guardar el secreto para que fuera una sorpresa. Uno más en una película que se hizo entre secretos. Alfonso Cuarón sólo les había anunciado, muchos años atrás, que haría una película “sobre la familia”. Desde Londres, en donde vivía, Cuarón hacía llamadas telefónicas de horas con Liboria para preguntarle detalles de su vida. “Andaba así con toda la familia, como si fuera un reportero”, me dice. Con esos recuerdos Cuarón recreó la casa igualita a la casa de su infancia, o al menos para Liboria el resultado fue impresionante.

II. Yalitza

Hay una historia que se repite en los relatos de Liboria Rodríguez, Yalitza Aparicio y en la trama misma de Roma: el padre es una figura difusa, ausente. El padre de doña Libo murió antes de que ella naciera; en Roma, Sofía, la madre, le dice a Cleo: “Estamos solas, no importa lo que te digan, siempre estamos solas”. La fundación mítica de la ciudad de Roma cuenta una historia parecida: a Rómulo y Remo los amamanta una loba. Las mujeres de estas historias son guerreras como lobas, y no necesitan hombres para criar a sus hijos. Yalitza Aparicio me cuenta una historia en la misma sintonía: su padre existe, pero está ausente. Su madre, Margarita Martínez, la crio como madre soltera y Yalitza fungió como la madre sustituta de sus hermanos menores.

Roma cuenta la historia de Cleo, una indígena que lo mismo limpia, lava y cocina, que cría a los niños de una familia blanca y rica de la Ciudad de México. A Yalitza la historia no le era extraña: su madre es empleada doméstica y cuidadora de niños ajenos: “Mi mamá nos ha criado siempre sola, prácticamente es madre soltera, siempre estaba entre trabajar y cuidarnos a nosotros, o cuidar a los niños a donde iba a trabajar”. La hermana mayor también salía a trabajar. Y entonces Yalitza se quedaba a cargo de sus tres hermanitos, uno de ellos ahora fallecido. Y a veces también de los niños que cuidaba su mamá: “Ahí fue donde me di cuenta del gran sacrificio que hacen las trabajadoras del hogar. Entre nosotros los hermanos nos teníamos que apoyar mientras mamá se iba a trabajar; había veces que el niño que ella cuidaba lo llevaba a la casa”.

Converso con Yalitza y con Nancy García –que interpreta a Adela en Roma– en un hotel de lujo del Paseo de la Reforma la tarde del 16 de diciembre de 2018. Yalitza ha tomado una siesta después de una sesión de fotos con ropa de diseñador. Mientras me cuenta su vida pienso que una noche en este hotel o una blusa que acaba de modelar cuesta más cara que los ingresos que generaba en un mes. Yalitza proviene de la pobreza y el trabajo extenuante. Antes de ser descubierta como actriz por Alfonso Cuarón, era estudiante en la Escuela Normal de Putla, Oaxaca, en la licenciatura de educación preescolar.

Durante poco más de la mitad de su carrera, Yalitza Aparicio trabajaba 24 horas al día. Entraba a la escuela a las ocho de la mañana. En el receso se iba a trabajar de mesera a un restaurante. A las cuatro, que salía de la escuela, volvía al restaurante a meserear. Es importante aclarar que no le pagaban. Tampoco recibía propinas (en Putla no se acostumbran). Trabajaba a cambio de la comida del día. (Alguna vez una patrona, piadosa, le daba 50 pesos al día.) A las seis de la tarde se iba a un hotel a trabajar como recepcionista, 13 o 14 horas seguidas hasta las ocho de la mañana, que tenía que presentarse en la escuela. En el hotel ganaba 100 pesos por jornada. No es sorpresa que se quedara dormida en clase. Su madre no podía subsidiarla porque tenía que sacar adelante a sus hermanos pequeños: “cuando ella podía nos mandaba comida o tortilla para apoyarnos, pero igual no ganaba mucho en su trabajo”.

No fue sorpresa, tampoco, que cayera enferma después de dos años y medio de ese ritmo de vida. Llegó después la etapa en que tenía que presentar su informe académico para titularse y trabajó sólo los fines de semana. La carrera, que parecía gratuita, no lo era en realidad: cuando los normalistas salían de prácticas –a estar frente a grupo en localidades alejadas– tenían que pagar sus gastos: transporte, comida, hospedaje, hasta los aguinaldos de los niños. Porque si Liboria Rodríguez renunció a la posibilidad de ser maestra, Yalitza Aparicio se aferró a ella. Era su mejor oportunidad como hija de una madre soltera, indígena triqui, que había nacido y crecido en el barrio de San Pedro, en Tlaxiaco. Y, aun así, la incertidumbre. Con “las reformas” (la reforma educativa) –me explica– los normalistas ya no tienen garantizado su empleo y deben salir a buscárselas solos. Todo eso, por supuesto, antes de ser la protagonista de Roma.

Alfonso Cuarón la descubrió para la cinta y ella reclutó a su vez a su mejor amiga, Nancy García, para el papel de Adela. Nancy no sólo fue actriz sino la asesora lingüística de la cinta, porque es hablante de mixteco. Yalitza no aprendió la lengua triqui de su madre y menos el mixteco de su padre, así que fue Adela quien tradujo los diálogos y les enseñó cómo pronunciarlos. Tras el rodaje Yalitza y Nancy tuvieron seis meses de descanso. Las dos se apuntaron para cubrir los permisos de maternidad de otras maestras y estuvieron, por primera vez, frente a grupo. Yalitza estuvo entre noviembre y marzo en un preescolar de Tlaxiaco, pero la maestra titular regresó, ella se tuvo que ir y se quedó con ganas de cerrar el ciclo escolar y entregar calificaciones a los niños.

Ahora es muy famosa, sale en portadas de revistas y compite por un Oscar. Pero en su casa nada de eso importa: “Los días que decimos ‘nos vamos a casa a descansar’ realmente llegas a trabajar en lo que puedas porque necesitas seguir apoyando a tu familia. En vez de que nos váyamos a descansar es de que ‘limpia la casa, acomoda acá”. Yalitza mantiene los pies sobre la tierra. ¿Volverá a trabajar como actriz?, pregunto, y me contesta sinceramente que no lo sabe. Cuarón la dirigió de un modo muy peculiar: sin guion, sin ensayos previos. Iba descubriendo la historia conforme la iba interpretando. ¿Encontrará otra película en donde la dirijan así o de alguna manera que compense su falta de formación escolar como actriz? No lo sabe.

“Si se llegara a presentar otra oportunidad sería maravilloso, porque así es la vida, se va aprendiendo a cada momento, pero igual sería interesante que fuera una historia como ésta, tan hermosa, que cuenta tantas cosas por las que está pasando la sociedad y es necesario verla una y otra vez para entenderla”. Y si no, Yalitza Aparicio anhela convertirse en maestra de preescolar. “Al menos en lo personal es algo que siempre he soñado”, me dice.

III. La tarde de un domingo

Liboria Rodríguez posa para las fotos. Viste un chaleco de lana y dice con orgullo: “Me lo regaló mi nieto”. Se refiere, una vez más, a los Cuarón, porque ella no tiene nietos de su sangre todavía. Conversamos, ya sin grabadora, sobre la crianza, los niños, la vida. Ya me había contado Yalitza Aparicio de la alegría y el sentido del humor de Libo y, en efecto, pasamos dos horas riéndonos Liboria, Adriana, el fotógrafo Felipe Luna y yo. En estos momentos el elenco de Roma viaja por el mundo y se apresta a acudir a la entrega de los Oscares, quizá a recibir alguno de los 10 a los que están nominados. Mientras tanto Liboria Rodríguez y Adriana López, ajenas a los reflectores y la fama, se pierden en el Centro Histórico en un paseo dominical, tal vez no muy largo porque a Libo se le ha olvidado el sombrero y el bloqueador y hace algunos años padeció cáncer en la piel. Regresará más tarde a la casa Cuarón, que es su casa: “Ahora ellos me cuidan a mí”.

(Entrevista publicada en Proceso 2207)

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