Por Irene Casado Sánchez*
Paris se ahogaba hace unos días en una nube de polución. En Shanghái el amanecer ha sido sustituido por pantallas de plasma, pues una niebla fruto de la contaminación no deja ver la luz del sol.
No son casos aislados. Un estudio publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte de que 7 millones de personas murieron como consecuencia de la mala calidad del aire en 2012.
La contaminación atmosférica es el principal riesgo ambiental para la salud. La mala calidad del aire guarda un estrecho vínculo con enfermedades cardiovasculares, cáncer, accidentes cerebrovasculares e infecciones respiratorias. “En la actualidad hay pocos riesgos que afecten tanto a la salud en el mundo como la contaminación atmosférica; las pruebas apunta a la necesidad de medidas concertadas para limpiar el aire que todos respiramos”, advierte María Neira, directora del departamento de Salud Pública de la OMS.
Mientras se defiende la cultura del consumo, se promueve la industria y se explotan sin control los recursos naturales para mantener el llamado estado de bienestar, el deterioro del elemento más elemental para la vida pasa inadvertido. De nada servirán en el futuro todos los bienes materiales y toda la riqueza, sin un aire que permita disfrutar de ellos.
A pesar de los efectos que la polución tiene sobre la vida, ningún país rico condena de manera tajante a las empresas que no respetan el medio ambiente y apenas promueven políticas que protejan el aire. Se permite contaminar a cambio de pagar por ello. Todo en detrimento del medioambiente y, en consecuencia, de la vida.
Rodeados de edificios, fábricas y asfalto parece que la naturaleza nos es ajena. Sin embargo, existe una interdependencia vital entre el mundo vegetal y nuestra vida. Las plantas son los únicos seres vivos capaces de renovar el aire contaminado. A pesar de su importancia, la deforestación, junto con la quema masiva de combustibles fósiles, está limitando su poder regenerador. La combinación polución, insensibilidad y consumo insostenible conllevará un desastre irreversible.
En la actualidad, el petróleo y los recursos energéticos son los bienes más preciados en la mayor parte del mundo. La explotación de estos y su uso indiscriminado van ligados a la degeneración del medio ambiente que acabará por convertir el aire limpio y el agua potable en los recursos más demandados y preciados del planeta. Productos básicos para la vida que en la actualidad están en constante amenaza.
Mantener el nivel de consumo y gasto implantado en las sociedades modernas no es posible a largo plazo. Las consecuencias de este ritmo de vida repercuten a nivel global. Proteger el medio ambiente pasa por renunciar a comodidades y excesos, y recuperar lo esencial para la vida. Sin embargo, el ser humano ha construido demasiadas barreras entre la naturaleza y su día a día, dando mayor relevancia a elementos materiales y económicos. Esta cultura es tan cruel y suicida que llega a poner en peligro la continuidad de la vida, sin embargo, son pocas las personas que advierten de este peligro y apuestan por un estilo de vida sostenible.
La degeneración que resulta de lucha por el control de recursos naturales básicos se extenderá por todo el mundo si no ponemos freno. La contaminación del aire mata a millones de personas al año. Condenar la contaminación del aire y del agua como un crimen contra la humanidad no es una idea descabellada que se empieza a contemplar para las legislaciones de algunos países. Somos responsables de los padecimientos de un planeta que, poco a poco, empiezan a pasar factura a la naturaleza y a la propia vida. Tomar conciencia de que nuestros actos tienes consecuencias, pero también poner en marcha medidas que permitan la regeneración de un sistema exhausto es imprescindible. Es una cuestión de vida.
* Irene Casado Sánchez. Periodista
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