Por Ana Clavel
O… ¿piedra, papel o tijera? Gracias a una amiga experta en asuntos de erotismo di con la antología El origen del mundo (Hiperión 2004), de un tal Juan Abad. Más de cien autores que abarcan casi dos mil años de tradición, cantan y rinden tributo a esa parte misteriosa del cuerpo femenino. ¿La razón? En palabras de Rubén Darío:
Pues la rosa sexual
al entreabrirse
conmueve todo lo que existe,
con su efluvio carnal
y con su enigma espiritual.
El título de la obra alude al cuadro L’ Origin du Monde, que Courbet pintó en 1866, escandalizando a la sociedad de su época por presentar en primer plano el vientre desnudo de una mujer. Desde epigramas griegos y latinos, canciones medievales, hasta sonetos del siglo de oro, poemas barrocos, románticos, neoclásicos, simbolistas, contemporáneos, y no sólo escritos por hombres. Incluso poetas mexicanos actuales como Alberto Blanco y Eduardo Langagne se encuentran consignados en esta invaluable antología.
Aunque celebro la publicación de un trabajo tan espléndido, no dejo de lamentarme por el término “coño” que aparece en muchas de las traducciones realizadas por el propio Juan Abad. “Coño”, tan de uso en el español peninsular, refiere un arcaico fenómeno de colonización en el mundo editorial de una era que se precia de ser globalizada. Pues ¿quién coños dice “coño” en México y otras partes de Latinoamérica?
La palabra “coño” proviene del latín cunnus: cuña, de donde se colige que el nombre de la herramienta es adoptado para designar su efecto, la hendidura. El idioma francés también usa un derivado similar: le con. De ahí el título de la obra de Louis Aragon, Le Con d’Irène (1927), que su autor firmó bajo el pseudónimo de Albert de Routisie. El libro se tradujo al castellano sólo como Irene (Tusquets 1977) para evitar la censura de un medio represor como lo era el franquismo. Años después y tras la muerte de Franco, Tusquets pudo reivindicar el título original de la obra, El coño de Irene, con el cual se sigue reeditando.
Además de un sinfín de variedades coloquiales según la región (concha, raja, panocha, araña peluda, cojoyo), existen dos términos en un español de dominio más amplio: vulva y pubis. Vulva deriva de su homónimo en latín y se usa para designar las partes que rodean la abertura externa de la vagina. Algunos desorientados usan vagina como sinónimo de vulva, pero la vagina es el conducto interior que va de los labios de la vulva hasta la matriz. Por otra parte, no deja de ser sorprendente la plasticidad del lenguaje. La palabra “vagina” deriva del latín vagina: vaina. Muy sugestiva la idea de que el miembro viril puede ser una espada que se envaina en su funda de carne femenina.
El otro término, pubis, designa la parte inferior del vientre, que se cubre de vello al llegar la adolescencia. Es por esto que pubis se emparenta con púber, pubescente y pubertad. No sé por qué la expresión “los labios del pubis” siempre me ha resultado tan poética. Supongo que detrás está el poema de Rubén Darío dedicado al poeta Verlaine: “Que púberes canéforas te ofrenden el acanto, / que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto, / sino rocío, vino, miel”. De cualquier modo, no podría imaginarme la edición de la novela Pubis angelical, de mi adorado Manuel Puig, como Coño angelical. Coño siempre me ha resultado muy enfático y por momentos, despectivo. Vaya… Toda la cantidad de alusiones que encierra una palabra. Máxime cuando se trata de una que pone a girar al mundo. Si no, pregúntenle a Juan Abad, que en pleno siglo XXI ha preferido guardar su nombre verdadero, Jesús Munárriz, traductor y poeta español, tal vez por juego, tal vez por guardar su reputación. Pero nadie escapa de los labios impúdicos de la red.
* Ana Clavel es narradora. Su libro Las ninfas a veces sonríen obtuvo el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska.
Fuente: Domingo