Por Pablo Alarcón Cháires
Periodistas como Carmen Aristegui pertenecen a esa veta de rebeldía divina que aflora cuando las injusticias y desigualdades se hacen presentes. Pareciera que ella busca con sus misivas sociales, exorcizar los males que custodiaba Pandora y que ahora galopan sin freno por la campiña humana.
Es prudente aclarar que no son nuevos estos comunicados urgentes que desde la cuna de los sueños y las esperanzas, recetan las damas del cambio. La memoria humana da cuenta de una pléyade de grandiosas mujeres que se enfrentaron a las vicisitudes de su momento histórico, aún a costa de ofrendar su propia vida por ser congruentes a sus ideales.
Ahí está, por ejemplo, la heroína gala Juana de Arco, que murió en la hoguera; la defensora francesa de los derechos de la mujer, Olympe de Gouge, cuya osadía le llevaría a perder la cabeza; la insurgente Gertrudis Bocanegra, ejecutada por apoyar la independencia mexicana; la estadista Indira Gandhi, asesinada en la India por su lucha independentista; Evita Perón, defensora de los derechos laborales y de la mujer, en Argentina; o, Rigoberta Menchú, activista social guatemalteca. Recordarlas a ellas y a otras muchas más, es invocar la valentía de siempre y en todo.
A este filón ideológico llevado a la congruencia es al que pertenece Carmen Aristegui. Ella representa la antítesis de la mentira infundida desde las televisoras de siempre, mostrando que el engaño solo puede ser abolido rompiendo el silencio. Su lectura de nuestra realidad es la aproximación más cercana a la verdad, a la vez que exhibe las causas que fundamentan las mentiras.
Escuchar a Aristegui es recibir el gélido desencanto de la realidad, pero que conjura el ensueño mediático. A diferencia de la falacia que siempre necesita de perversas complicidades para poder ser, con Carmen la verdad se asienta en las evidencias, triunfa por sí misma y se presenta desnuda, simple, sin artificios y libre de ropajes que pretenden cubrir nuestra incómoda existencia.
La apuesta de Aristegui es el argumento y la investigación; todo lo demás tergiversa y crea incertidumbre. Parece estar consciente de que el mejor aliado de la verdad es el tiempo y no el autoritarismo y ni la cooptación a los que sucumben muchos medios periodísticos.
Su investigación exige verdades, no monedas ni lujos. Carmen es de esos extraños seres en nuestros tiempos, que tienen el valor de decir la verdad, cuando se habla de la verdad, parafraseando a John Ruskin. Aristegui es “La Dama de la Verdad”. Por ello ha logrado resistir los embates que desde el poder le prodiga el periodismo fementido.
Carmen junto con estudiantes, profesoras, artistas, madres, lideresas sociales, hijas, profesionistas, etcétera, son ejemplos arrasadores de que la lucha femenina por la dignidad humana tiene diferentes frentes y connotaciones.
Y ahí están todas ellas, persistiendo en su intento, aún cuando su convicción y acciones sobre lo bueno y lo verdaderamente humano no siempre ha sido aquilatado por esta sociedad medieval, que más bien se espanta ante el valor cuando ellas defienden lo suyo y lo nuestro.
Carmen debe saber que estamos con ella los ciudadanos conscientes de lo que está en juego en el país en estos momentos. Podrá tener errores como todo ser humano, pero creemos y confiamos en ella en lo verdaderamente trascendental. Gracias Aristegui.
Fuente: Sin Embargo