Por Sergio Sarmiento
¿Dónde estás Germán cuando te necesitamos? El cursi espíritu navideño invade no sólo a México sino al mundo entero. La melosa música empezó este año no el 12 de diciembre ni el 1ro del mes ni siquiera el buen fin o el 20 de noviembre sino inmediatamente después del Día de Muertos. Te necesitamos, Germán, porque si no nos ayudas pronto empezaremos a ver al cura Hidalgo vestido de Santa Claus en septiembre.
Supongo que la Navidad debe haber tenido algún sentido en su momento, pero no sé cuándo. Jesús ciertamente no la celebraba ya que él siempre supo que no había nacido el 25 de diciembre. Para un hombre tan místico, de hecho, sería muy difícil aguantar al gordito de la barba blanca y el gorro rojo de dormir.
Los romanos no festejaban la Navidad, pero sí gozaban de las Saturnales que concluían con la fiesta del sol invicto el 25 de diciembre. No eran precisamente fiestas de recogimiento… o quizá sí. Empezaban con sacrificios y ceremonias religiosas y concluían con banquetes, bebida y orgías. Ah, y por supuesto, se distinguían por sus intercambios de regalos. De ahí surge precisamente nuestra costumbre de dar presentes en Navidad.
Los cristianos originales se resistían a este festejo pagano y preferían rendir culto a Jesús en Semana Santa. Pero como muchos cristianos extrañaban los buenos tiempos de las Saturnales, pronto la Iglesia Católica buscó la forma de retomar la fiesta e inventó la Navidad. El papa Julio I pidió en el año 350 que el nacimiento de Jesús se celebrara con las Saturnales y en 354 el papa Liberio decretó formalmente el 25 de diciembre como la fecha de la Natividad. Ese juego convenenciero, por supuesto, no convenció a todos y muchos cristianos siguieron despreciando la Navidad.
En la Europa medieval se mantuvo la Semana Santa como una festividad de devoción, pero en la Navidad los viejos hábitos paganos salían a flote a pesar de los siglos transcurridos. Quizá no se llegaba al extremo de las orgías de los tiempos romanos, pero borracheras sí había en un festejo popular de poca religiosidad. De hecho, los puritanos ingleses llegaron a prohibir la Navidad en el siglo XVII por ser una festividad de origen pagano, pero no hubo forma de obligar a la gente a abandonar la celebración.
En Un cuento de Navidad el escritor inglés Charles Dickens creó en 1843 un personaje maravilloso llamado Ebenezer Scrooge que le daba su justo valor a la Navidad y la relegaba al cajón de los objetos inútiles. Mucho le cuestionaba la sociedad a este prudente prestamista el que trabajara hasta en Navidad y el que se molestara ante el hecho de que su empleado, Bob Cratchit, quisiera tomarse el día para estar con su esposa y sus hijos, particularmente Tiny Tim, aquejado de una paralizante enfermedad.
Pero he ahí que los entusiastas de la Navidad le mandaron a Scrooge no uno sino cuatro fantasmas para presionarlo hacerlo cambiar de parecer. De hecho, lograron convertirlo, de un personaje pragmático y de profundas convicciones, en un blandengue que andaba por las calles repartiendo dinero y presentes y diciéndole a todo el mundo con sonrisa idiota “Feliz Navidad”.
Lo que no saben los lectores de Dickens es el verdadero final de Scrooge. Por sus nuevos hábitos de dispendio el prestamista quebró como Ficrea por lo que pasó el resto de sus días en un asilo para menesterosos.
Mientras tanto, Cratchit perdió su empleo y nunca tuvo dinero para el tratamiento de Tiny Tim.
Mi querido Germán, donde quiera que estés, es importante que regreses de inmediato y nos ayudes a organizar nuevamente el Club de Scrooge. No podemos permitir que la Navidad se siga extendiendo y abarque desde el 16 de septiembre hasta el día del Benemérito. Si no nos ayudas, todos terminaremos sufriendo la suerte terrible del buen Ebenezer Scrooge.
En Facebook— Los tiempos han cambiado, mi querido Germán. El club tiene ya una residencia en el ciberespacio. Entra a la página El Club de Scrooge de Sergio Sarmiento en Facebook y recibirás todos los regalos que en vida no te trajo Santa Claus.
Fuente: Reforma