Por: Pineda Jaimes
De momento, las fulgurantes estrellas del futbol mundial, quién sabe qué mosca les pica y en lugar de ser deportistas de alto rendimiento se convierten en malos, malísimos actores dramáticos dentro de las canchas. Apenas y los tocan y ¡Dios guarde la hora! Dan tantas maromas como si les hubieran quitado el alma. Y cuando en verdad los lesionan, ni chistan tantito.
Digo que son muy malos actores, pues yo no acabo de entender cómo es que a sabiendas de que decenas de cámaras equipadas con la más alta tecnología les siguen paso a paso por su andar en la cancha, se dan el lujo de retorcerse como almejas apenas y los rozan, cuando todo mundo vio en las pantallotas que ahora hay en cada estadio, que nadie los tocó. Ni eso los inmuta. Maroma y maroma para tratar de convencer al árbitro que en verdad el rival les sacó la médula espinal y que por tanto debe ser castigado o azotado en la plaza pública por haber lastimado tan delicadas piernas. No quiero imaginarme lo que sucedería si estos deportistas jugaran futbol americano…
Pero lo más curioso de todo esto, no es el show-espectáculo que arma cada jugador, sino la particular forma en que se quejan. Veamos: uno observa el partido por televisión o incluso si estuviera en la propia tribuna del estadio y se percata de que el golpe al crack del momento es el estómago, y la figura en comento ¡se agarra la pantorrilla!, y da más maromas que un gusano salido de la tierra. Le pegan en la cabeza y se soba el estómago; le pegan en la espinilla y se toca la rodilla y así y así, hasta el infinito y más allá.
Si esto le parece sorprendente, observe con atención y tras varios minutos en el césped, uno pensaría que en verdad está muy lastimado, no sólo por la cantidad de médicos y asistentes que le rodean, que independientemente del lugar donde haya sido el golpazazo, al jugador herido le lanzan una buena cantidad de agua en la cabeza, como si se tratara de algún elíxir que revivirá por arte de magia al herido, quien tras percatarse de que cumplió con su objetivo de engañar al árbitro, mágica y misteriosamente se recupera para de inmediato regresar a la cancha en un ritual que pocas veces falla: recibe una botella de agua, a la cual invariablemente le da un trago y el resto de agua se lo lanza a la cabeza, para cochinote que es, tirar la botella a un lado de la cancha, limpiarse los mocos y salir como de rayo a cubrir su posición. ¿Y el golpe? Uno ve la repetición, no observa nada fuera de lo que en un juego como el futbol se puede dar, pero instantes después vienen las piruetas y maromas del susodicho crack que invitan a uno a reflexionar. ¡Ah cabrón, sí lo lastimó!, piensa uno, dada la magnitud de las cabriolas que dio en la cancha. Luego puede venir una pequeña duda, pues ante tanta y tanta repetición que ve uno en la tele, uno se percata que el supuesto golpe fue en el hombro, pero nuestra figura se agarra y se agarra la rodilla. ¿Cuándo le pegó en la rodilla? ¡Vaya usted a saber! pero el tipo se retuerce de dolor de lo lindo. La historia ya la sabe uno, más tarda en apuntar el árbitro el número del jugador que amonestó por tan “salvaje” entrada, que el tipo en levantarse y como moderno Lázaro, andar a la orden del conjuro y regresar a la cancha, tan campante como si nada.
Por eso, cobra una especial dimensión el gesto que tuvo un jugador bosnio cuando lastimó a uno argentino. El sudamericano Higuaín tuvo que ser atendido afuera de la cancha y el tiempo que estuvo ahí su colega bosnio permaneció también en ese lugar. Un gesto de verdadero deportivismo. No el clásico agandalle. Estás fuera, yo me castigo. Ninguna ventaja. Sin que nadie se lo pidiera, ni solicitara. ¡Eso es deportivismo!
Pero el que no tiene perdón de Dios es el famosísimo Pepe. ¡Qué manera de pegar del tipo! El portugués, flamante figura del Real Madrid, sí que es un verdadero peligro para el futbol. Este sí, no el “ojtro”. Este sí que pega. Es un verdadero troglodita de las canchas. La verdad, no me explico cómo es que lo dejan jugar. Sólo es cuestión de que alguien lo supere para que el hombre se convierta en un energúmeno y los agarre a patadas, literalmente. Si no que le pregunten a Javier Casquero, el centrocampista del Getafe, a quien Pepe le puso una patiza de lo lindo, por el simple hecho de que le quitó la pelota, en un duelo contra el Real Madrid allá por 2009. Con estos patadones, Pepe inició su carrera delictiva en la cancha y poco le importó que le recetaran 10 partidos de suspensión por su agresividad. Y la lista de víctimas de Pepe, sigue y sigue, como el conejito Energizer. Su cliente favorito es Messi, a quien cada vez que enfrenta lo cose a patadas. Pero las muescas de sus botines incluyen nombres como Dani Alves del Barcelona, Cissokho del Olimpic de Lyon y hasta, ¡vaya usted a creer! a Arbeloa de su propio equipo. Bueno, a fuerza de ser sinceros, habrá que decir que en esto de agredir a sus propios compañeros, Pepe no es el único. Ya lo vimos con Camerún, que ante la impotencia de ser goleados 4-0 por Croacia, Assou-Ekotto no soportó más la presión y le dio tremendo cabezazo a su compañero Moukandjo, quien no supo ni por dónde le vino el golpazo. En fin, cosas de muchachos. Nada que no se arregle con un par de cachetadas en el vestidor.
Lo que sí es grave, es que Pepe anda suelto en este Mundial y habrá que tener cuidado, porque cuando se enoja el tipo, se enoja. Afortunadamente creo que Portugal se regresará rápidamente a casa, y el resto de los equipos podrá dormir tranquilo.
Así que esta es la excepción que confirma la regla. Si Pepe es el que se acerca, habrá que creerles a nuestros amados malabaristas, pues lo más seguro será, que en esta ocasión no mienten y sus piruetas son en serio y con motivo real.
Verdad de la pantalla plana de plasma que repetirá la agresión. Créame.
Hasta mañana. Buen día y buena suerte.