Por Jenaro Villamil
“Estando en transición hacia la próxima fase de mi vida, quiero que todos me conozcan realmente como soy. Soy Chelsea Manning, soy una mujer”.
Con este breve y contundente outing, el joven Bradley Manning le solicitó este 22 de agosto al ejército norteamericano que le proporcione un tratamiento hormonal “lo antes posible” para cambiar su identidad de género.
El comunicado de Manning se dio a conocer dos días después que el soldado de 25 años fuera condenado por una corte militar a 35 años de prisión, a ser expulsado de las Fuerzas Armadas estadounidenses, acusado de ser el autor de una masiva filtración de 700 mil documentos clasificados por Wikileaks.
Mientras Manning fue condenado, los verdaderos autores intelectuales, políticos y militares de los delitos cometidos en la invasión a Afganistán e Irak se quedaron impunes, a pesar de que esas violaciones fueron conocidas por todo el mundo a través del tsunami generado por la filtración de Wikileaks.
Washington les garantiza impunidad a quienes realmente cometieron delitos exhibidos por la habilidad del analista de inteligencia, molesto por el maltrato militar y los excesos de la potencia americana, mientras el Pentágono le niega a Manning su única petición legítima y abierta: proporcionarle la posibilidad de cambiar de identidad sexual.
En el lenguaje burocrático, característico de instituciones inamovibles, las fuerzas armadas norteamericanas le respondieron a Manning que “el ejército no provee terapia hormonal o cirugía de reasignación de sexo para el trastorno de identidad de género”.
Su abogado David Combs declaró que “el objetivo final de Manning es sentirse bien consigo mismo y ser la persona que ella nunca tuvo la oportunidad de ser”.
La doble osadía de Manning va prefigurando a este joven, al igual que a Edward Snowden, ambos menores de 30 años, como los representantes de las disidencias posmodernas en el seno del imperio estadounidense y de la sociedad occidental contemporánea.
¿Cómo enfrentará el régimen norteamericano a quienes han dinamitado con información y no con armas a la potencia militar más grande de la historia contemporánea cuando sus impulsos vitales no tienen nada que ver con la lucha ideológica entre comunismo y capitalismo o con la agenda contemporánea inventada por Hungtinton sobre el “choque de civilizaciones”, al aludir a la guerra entre el Islam y el occidente blanco, anglosajón y protestante?
En otras palabras, ni Manning ni Snowden son espías rusos ni simpatizantes de Osama Bin Laden. Ambos son el resultado paradójico de una sociedad que proclama libertades individuales, heroísmos personales, pero encubre al sistema de vigilancia e intrusión más peligroso de cuantos han existido. Ambos utilizaron esas mismas herramientas informáticas construidas para vigilar y castigar y las convirtieron en medios para expresar su disidencia. Ambos son dignos personajes de una novela de Dostoievsky, pero sus razones son mucho más genuinas y dignas para esa potencia americana que ya no cabe en su locura de dominación geopolítica.
Manning desde niño quiso ser mujer. Es un admirador de Lady Gaga. Su opción por una identidad de género distinta a la de su condición física se convirtió no en una excentricidad sino en el motor más digno para hacer lo que hizo. ¿Estamos conscientes del salto cualitativo que esto representa en las nuevas disidencias? ¿Cuántos solitarios y solitarias encarcelados en su intimidad e identidad no ven en Manning la posibilidad de liberarse de una civilización de estereotipos y roles predeterminados?
Snowden, un genio con rasgos de autismo desde infante, se convirtió en un asesor estelar de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). Su motivación para denunciar el sistema PRISM y “filtrar” otros documentos no fue el dinero, el poder o los placeres. Fue un conflicto ético, aunque usted no lo crea, en esta era del cinismo posmoderno. Muchos suspicaces dudan de esta motivación. Creámoslo o no, la nueva ética tiene que ver con el ser uno mismo.
En ambos casos, la homofobia de los regímenes de Estados Unidos y Gran Bretaña ha dado muestras de su incapacidad de comprender estas nuevas disidencias. A Manning lo han sentenciado negándole su derecho a decidir su propia identidad sexual. En el caso de Snowden, acosaron recientemente a David Miranda, esposo de Glenn Greenwald, el periodista de The Guardian y autor de un blog alternativo que recibió la primera documentación del ex analista de seguridad nacional.
Si el extraordinario filósofo Michael Focault viviera estaría no sólo fascinado sino excitado por esta forma contemporánea de darle la vuelta al Panóptico del poder absoluto y convertir el axioma de “vigilar y castigar” en el de “informar y liberar”.
Fuente: www.homozapping.com.mx