Por Jenaro Villamil
Famosos ambos por su gusto por la pompa y el poder, por sus relaciones con la élite económica y su militancia en la Teología de la Dominación, el arzobispo de la Iglesia Ortodoxa de México, Antonio Chedraui, y el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, protagonizaron el contraataque de una derecha clerical en apoyo a la tesis gubernamental de la sumisión frente a los sucesos de Ayotzinapa. Ambos se sumaron al “coro clerical” para criminalizar las protestas en Guerrero.
“Es muy penoso, nunca debió ocurrir (la desaparición de los 43 normalistas), pero si los quieren vivos, no creo que estén vivos. Entonces es mejor pedir por ellos y no armar luchas violentas”, afirmó Cepeda, viejo conocido de los peñistas. “Si ya desaparecieron, ya desaparecieron” sentenció.
En otras palabras, a callar y a obedecer, como en la mentalidad de cacique hacendado que “lamenta” la muerte de los pobres e indígenas, pero no se conmueve ante la injusticia reiterada, el cinismo oficial, la operación grosera para darle “carpetazo” y evitar que el expediente se convierta en un caso de desaparición forzada y ejecución extrajudicial, que son delitos de lesa humanidad.
Haciéndole coro, Chedraui aprovechó su cumpleaños 83 –famosas comilonas al estilo porfirista con la élite política– para reiterar su condena al “vandalismo”, a “cerrar las calles” porque esto “no hará que puedan recuperar a sus hijos”.
Chedraui fue más allá. A tono con el “nado sincronizado” de decenas de columnistas, comentaristas y especialistas en la “nómina de los bien pensantes” se lanzó contra los padres y normalistas de Ayotzinapa porque son “manipulados”.
“Mover al pueblo es una jugada peligrosa. Si se mueve el pueblo, no lo podemos parar. No se deben aprovechar por intereses personales, de levantar a la sociedad; cada día cierran carreteras, hacen vandalismo”.
“No hay que aprovechar para hacer manifestaciones, cerrar caminos o realizar actos vandálicos, todo se resuelve con paciencia y diálogo”, subrayó.
¿Paciencia y diálogo? ¿Alguno de estos dos jerarcas ha perdido la vida de un familiar o de un hijo a manos del crimen organizado? ¿Tienen estos ensotanados capacidad de empatía con el dolor ajeno o simplemente tienen simpatía por el supremo poder conservador? ¿A quién quieren convencer estos personajes de credibilidad nula, adoradores de su única religión verdadera: el dinero y la especulación financiera?
El contexto en que ambos jerarcas hablaron también es una clara síntesis de la situación del país. De acuerdo con la crónica de Julio Hernández, autor de la columna Astillero, en La Jornada, Chedraui y Cepeda hablaron así en el festejo por los 83 años del primero. En helicópteros, automóviles de lujo y decenas de guardaespaldas, los convidados de la élite llegaron a Huixquilucan. Eran la crema y nata del grupo Estado de México, más los oportunistas políticos de ahora.
Ahí estuvieron, entre otros, el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, elGóber Bala de talante represor contra quienes cuestionen su mando autoritario, el Gober Cachetada, Manuel Velasco, de Chiapas, exfuncionarios del Estado de México en tiempos de Arturo Montiel y de Enrique Peña Nieto, así como el gobernador de Jalisco, Aristóteles Sandoval, otro clon de Peña Nieto.
Sus palabras no constituyeron un exabrupto. Hablaron en sintonía con las declaraciones recientes de los altos mandos militares que ahora son “víctimas” de los padres de Ayotzinapa, en la línea de columnistas que reclaman represión (elija el que usted quiera), y en conjunto con el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios que se preocupan porque el escándalo internacional de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa ha desnudado a una élite empresarial depredadora e insensible. Como en los tiempos de Porfirio Díaz.
Otro elemento es fundamental: quieren ser el contrapunto de los sacerdotes comprometidos en Guerrero, Michoacán, Tabasco y Coahuila que han levantado su voz para estar con las víctimas y no con los victimarios. Chedraui y Onésimo son la respuesta frente al padre Goyo, de Apatzingán, del padre Alejandro Solalinde, de los obispos Raúl Vera y Ramón Castro, o del padre Miguel Concha.
Para la derecha clerical, estos sacerdotes forman parte del “eje del mal” porque cuestionan la corrupción gubernamental, denuncian la violación de los derechos humanos, la colusión entre cuerpos policiacos, militares y gubernamentales y porque tienen más credibilidad con los humildes, aquellos que nunca serán convocados a las fiestas de Chedraui y Cepeda.
De acuerdo a la nota de Arturo Rodríguez, en la reciente edición de Proceso, el pasado 9 de enero se reunieron en la Universidad Pontificia de México los obispos Vera, Castro y los sacerdotes Concha, Solalinde y el poeta Javier Sicilia para hablar de la crisis de Estado derivada del caso Ayotzinapa. Particularmente crítico con la jerarquía católica fue Javier Sicilia. El auditorio estuvo repleto.
Si el gobierno o la élite económica pretenden contraponer a estos “sacerdotes rojos” –como los llaman despectivamente– con estos desacreditados jerarcas, lo único que lograrán es confirmar lo que se ha dicho desde el principio: Ayotzinapa es la síntesis de un sistema criminal que considera “prescindibles” a los más pobres e insumisos.
Twitter: @JenaroVillamil
Fuente: www.homozapping.com.mx