Por Erick Ampersand
Necesitamos acuñar una palabra para el sentimiento que llega cuando alguien que admiras mucho reconoce la calidad de tu trabajo. Me refiero a una persona que de preferencia tiene una actividad similar a la tuya, que hace cosas semejantes, aunque esto no necesariamente debería ser una regla.
La verdadera condición esencial sería que el desempeño de ambos destaque entre los demás, ya sea porque refleja un toque de maestría aquilatada por los años, o bien, porque aplica una técnica en verdad innovadora. Dicha sensación de la que estoy hablando no tiene relación alguna con el orgullo y está más allá del reconocimiento y del aplauso.
Puede que sea la expresión más clara de la empatía de los esfuerzos, algo a lo que es imposible aspirar sin años de constancia y tenacidad, además de una pasión inmarcesible por lo que se hace. Para utilizar una metáfora, sería como si dos árboles que superan el promedio pudieran hablarse entre sí.
Algo por el estilo debió sentir el humorista gráfico Eduardo del Río García (Zamora, Michoacán: 1934), mejor conocido por sus lectores como Rius, aquel día de agosto de 1964, cuando se encontró en la sala de juntas con el presidente del Banco nacional de Cuba, Ernesto CheGuevara.
“¿Quién de ustedes es Rius?” preguntó el médico argentino convertido en comandante cubano a los periodistas que ahí se encontraban. Aquel día el dibujante descubrió que el autor de La guerra de guerrillas (1960) también era un gran admirador suyo y que además deseaba montar una exposición en la isla con una parte de su obra.
Esta anécdota del monero mexicano aparece en su libro Mis confusiones. Memorias desmemoriadas (2014), publicado por la editorial Grijalbo. En él se recupera gran parte de su obra autobiográfica, Rius para principiantes (1995), pero agregándole detalles, actualizaciones y ciertas correcciones al texto.
Desde su vida en Zamora la mocha, hasta el susto que recibió de Diego Rivera cuando era un niño, pasando por sus viajes a la URSS y a Cuba, así como una breve historia de sus admirados colegas de México y del mundo, Mis confusiones aporta el testimonio de un Rius con igual cantidad de dudas, reflexiones y dibujos.
Alguna vez el autor envío un par de colaboraciones para la revista argentina ‘Che’ y al verlas publicadas notó que en lugar de Rius, habían escrito Gius. Casi al mismo tiempo un dibujante uruguayo —que precisamente firmaba con ése pseudónimo— leyó la revista y se molestó por el error. Se trataba de Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina (1971). Años después se encontrarían y bromearían al respecto.
Hay sentimientos difíciles de expresar y cuyas palabras aún quedan pendientes por definir, entre ellas, la de aquellas cosas que parecen desperdicios para otros, pero que en realidad son algo decisivo para nuestra historia. Aquel día tras conversar con el Che, Rius se las ingenió para quedarse con la cola del puro.
Durante décadas conservó el trozo de habano como una reliquia sagrada, como el objeto que mantenía un poco del espíritu del comandante. Un día la mujer que se encargaba del aseo pensó, quizá con sabiduría materialista, que no era más que un simple desecho y lo botó. Todavía hoy, el monero busca la palabra precisa [la sonrisa perfecta]para definir su pesar:
—¡Pinchísima Tere Aguilar que no supiste la que tiraste a la basura!
—-
Rius “Mis confusiones. Memorias desmemoriadas”
Grijalbo — México, 2014.
*Mi agradecimiento a Jessica Muñoz y a Sandra Montoya por enviarme un ejemplar de esta obra.
@eri_ampi
Fuente: Revolución 3.0