Por Ígor Kudrin
Parecía que la reciente manifestación multitudinaria en Barcelona, como siempre en septiembre, pasaría bajo la señal de una típica fiesta nacional.
Sin embargo, para asombro de toda España, incluso de muchos participantes de la marcha, tomó un cariz absolutamente otro, pues desde los primeros pasos y hasta los últimos desde la columna se oía, en esencia, una sola consigna: la independencia de Cataluña. Durante el decenio que trabajé en la Península Ibérica yo visité muchas veces Cataluña, una de las regiones españolas más desarrolladas y prósperas. Es verdad que también entonces algunos políticos de vez en cuando emitían ideas separatistas.
No obstante, la situación política y económica en la época post Franco no permitía realmente exigir la escisión del país y la división de dos pueblos cercanos por sus lenguas, su cultura, que sufrieron juntos decenios de tabúes y crueldades. Sin embargo, la mayoría del millón y medio de participantes de la marcha de Barcelona exigió abiertamente la más pronta separación de Cataluña. Entre ellos estaba el estudiante Xavil Matas.
Por supuesto que con su comparación ofensiva para los españoles Xavil repite apenas los gritos de los manifestantes que iban a su lado. En tales circunstancias es difícil detenerse y pensar un minuto: ¿Por qué ahora el descontento se siente en todas las autonomías de España? Su principal causa es una de las crisis más graves que ha afectado a los españoles, jóvenes y viejos. A propósito, la mitad de los jóvenes de la edad de Xavil no puede hallar empleo. Pero este infortunio ha afectado a los catalanes de todas las edades y profesiones. De modo que hoy ellos, igual que sus vecinos del Sur, deben respaldar las urgentes reformas del gobierno de Mariano Rajoy.
Sin embargo, en vez de corregir la difícil situación, ellos buscan la salida en la división de un importante y prestigioso Estado, abultando su singular identidad y distanciándose de Madrid. Por extraño que sea, la consigna “Cataluña, nuevo Estado de Europa” es secundada por el jefe del gobierno autonómico Artur Mas, seguro de que Cataluña se ha aproximado como nunca antes a la obtención del pleno poder nacional.
Es verdad que se abstuvo de participar en la marcha, pero reconoció que las exhortaciones de los partidarios de la división expresaban sus propias ideas. El primer ministro de España Mariano Rajoy recibió muy discretamente las tendencias que reinan en Cataluña, pues no quiere criticar a los participantes de la manifestación y a los dirigentes de la autonomía. En primer lugar, por las enormes deudas contraídas, a cancelar las cuales –lo sabe cabalmente- le ayudará tan solo Madrid. De suerte que “el independentismo cаtаlán logrа unа históricа eхhibicion de fuerzа”, pero no la disposición a superar por sí misma la crisis financiera y económica.
De una buena lección les puede servir la situación de varios países europeos, (Gran Bretaña, Italia, Bélgica), donde los partidarios de la unidad mantienen con firmeza sus posiciones.
La crisis del federalismo europeo no se perfiló ayer. Comenzó a finales del siglo XX con la desintegración de Europa, en particular de Checoslovaquia. Con la desintegración, mucho más trágicas y en condiciones muy sangrientas, de Yugoslavia y, por supuesto, de la URSS. Muchas federaciones, por razones varias, no aguantaron las nuevas realidades. Hoy esta tendencia se deja sentir bajo la influencia de la crisis económica allí donde la identidad nacional de diferentes pueblos que habitan estados pluriétnicos, guarda relación directa con el nivel de bienestar de tal o cual parte del país o provincia y, por cierto, se ha acentuado en las condiciones desfavorables en el país en su conjunto.
En las regiones más prósperas de inmediato surge la sospecha de que ellas sostengan las zonas del país que se desarrollan a ritmos más lentos. En Bélgica los valones vivían antes en la parte desarrollada del país, al paso que Flandes era considerado más atrasado, agropecuario. Hoy las cosas andan al revés. En Flandes se desarrolla la industria de altas tecnologías, pero los flamencos no quieren hacer dejación de su identidad nacional ni de sus intereses económicos. Esto se refiere en grado notable a España, Italia y en cierta medida a Gran Bretaña. Allí se siente evidentemente la renuencia a conservar el centro federal único, a través del cual el presupuesto se distribuye, dizque, incorrectamente.
No obstante, esto es de suma importancia para los estados reunidos bajo la bandera de la UE. De manera que los problemas de la identificación nacional a inicios del siglo XXI son determinados por los intereses económicos.
Fuente: La Voz de Rusia