Carta abierta al presidente Peña

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Por Enrique Calderón Alzati

Distinguido señor Presidente:

Por medio de esta carta me permito hacer de su conocimiento el grave peligro que se cierne hoy sobre el país que preside, que es también el nuestro, considerando que usted no cuenta con la información que doy a continuación.

Resulta que siendo Estados Unidos una nación cuidadosa en extremo en el cumplimiento de sus leyes, hace poco tiempo que los archivos de la CIA dirigida por Allen Dulles, siendo John Foster Dulles secretario de Estado (1952-1960), una vez concluido el periodo de 50 años en que deben permanecer clasificados, han quedado abiertos al público, en la Biblioteca Nacional del Congreso (estadunidense), para ser consultados por periodistas e investigadores sociales y políticos, así como para cualquier persona interesada en conocer los contenidos de esos archivos.

De los datos que ahora se conocen, resalta el hecho de que durante la década de 1950 a 1960, de 50 por ciento de todos los atentados terroristas que se cometieron en el mundo, más de la mitad fueron financiados o realizados por agentes de la CIA, que en esa época iniciaba sus operaciones.

En esos años, nuestro país fue tratado como buen vecino y ningún daño tuvimos que lamentar; sin embargo, algunas de las cosas que sucedieron en otras partes del mundo se relacionarían después con nuestro país, de acuerdo con lo que esos documentos revelan. El más importante y al cual dedico ahora mi atención es el caso de Irán, cuyo príncipe heredero al trono,

Mohammed Shah Reza Pahlevi, fue invitado en 1949 por la firma de abogados Sullivan and Cromwell, en nombre de un grupo de importantes empresas consultoras, a realizar una visita a Estados Unidos, en la que fue objeto de atenciones diplomáticas y agasajado maravillosamente con fiestas en compañía de mujeres hermosas, al paralelo que le eran presentados proyectos de ingeniería impresionantes para modernizar su país de manera tal que pronto la ciudad de Teherán fuese más moderna y maravillosa incluso que la ciudad de Nueva York, mientras que el país entero disfrutaría de un bienestar único en el mundo.

Lo más asombroso para él, era que toda aquella aventura prácticamente no tendría ningún costo para su reino, pues sería pagado con una concesión para explotar el petróleo del subsuelo, similar a la que ya habían dado a los ingleses, la cual les permitía tener una renta importante, que en este caso sería utilizada para pagar los costos de inversión necesarios para la extracción del petróleo, así como para la modernización del país.

El maravilloso proyecto sería financiado por el banco Chase Manhattan del magnate estadunidense Nelson Rockefeller, dueño también de una de las más ricas empresas petroleras de Estados Unidos. Ya se imaginará usted el entusiasmo con el que el nuevo soberano tomó el maravilloso proyecto que le ofrecían estas buenas personas. Sin embargo, había un pequeño detalle que resolver: el primer ministro Mohammed Mossadegh era un acérrimo nacionalista que, sin pensarlo mucho, rechazó aquel proyecto, en virtud de que, por el contrario, lo que él proponía era la nacionalización, quitando a los ingleses los derechos para seguir extrayendo el petróleo.

Ante la imposibilidad de convencerlo por las buenas, la CIA entró en operación en 1952 con la llegada de Eisenhower a la presidencia. Curiosamente, los abogados de la firma Sullivan & Cromwell que habían invitado al sha eran los mismísimos John Foster Dulles y Allen Dulles, que habían sido nombrados por el nuevo presidente como secretario de Estado el primero, y como director de la CIA el segundo. En los seis meses siguientes, Irán fue sacudido por numerosos atentados terroristas, que la prensa local adjudicaba a los comunistas, protegidos por el propio primer ministro, que no era, según la misma especie, otra cosa que un operador del Kremlin.

A los atentados siguió una campaña de desinformación que terminó llevando al país al caos y a un golpe de Estado consumado el 19 agosto de 1953, del cual surgió un nuevo gobierno dictatorial del sha, totalmente afín a los intereses estadunidenses, el cual gobernó el país los siguientes 25 años sustentado en el engaño, el miedo, la corrupción y la explotación sin límite de las reservas petroleras más grandes del planeta, hasta que una nueva revolución, esta vez convocada por un líder religioso islámico, logró deponer a ese gobierno, suspendiendo todas las relaciones con Estados Unidos y clausurando los pozos petroleros para detener el saqueo. El movimiento revolucionario de liberación tuvo una cuota de sangre y de muertos, que desde luego fue el precio que los iraníes tuvieron que pagar para recuperar sus recursos.

Hoy sabemos por los archivos recientemente hechos públicos que la CIA jamás informó al gobierno de Eisenhower, ni al Congreso de Estados Unidos, sobre las acciones subversivas que había realizado, y menos aún sobre las astronómicas utilidades de las empresas estadunidenses durante los años que duró la explotación de los recursos iraníes.

Cuando aquello se les vino abajo, el protegido de la CIA fue enviado a nuestro país, donde vivió varios meses, con el lujo y los sirvientes acordes a su investidura. La memoria que dejó en su patria es fácil de imaginar.

Desde esos años, varias empresas estadunidenses han tenido puestos sus ojos en nuestro país, y si desean nuestros recursos del subsuelo, seguramente es porque saben más que usted, y que el pueblo de México, las verdaderas dimensiones del botín del que están por apropiarse, en el caso de que la iniciativa que usted envió al Congreso se convierta en ley, modificando la Constitución, misma que usted juró respetar y hacer respetar. Una vez que esa reforma se consume, llevarla hacia atrás costará muchas vidas, de lo cual será usted el principal responsable, al igual que de los daños patrimoniales que se ocasionen. Hoy todavía está usted a tiempo de meditar al respecto y de retraer esa reforma.

Atenta y respetuosamente.

Fuente: La Jornada

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