Capos libres

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Por Sanjuana Martínez

A la lista de los capos libres encabezada por Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera y seguida por Ismael “El Mayo” Zambada; Juan José Esparragoza, “El Azul”; Vicente Carrillo Fuentes, “El Viceroy”; Omar Treviño Morales, el “Z-42″; Servando “La Tuta” Gómez Martínez; Arellano, Dionicio Loyola Placarte, alias “El Tío”; Eduardo Arellano Félix, “El Doctor”; Enedina Arellano Félix, “La Contadora”; Iván Velázquez Caballero, alias “El Talibán”; Héctor Beltrán Leyva, alias “El General”; José de Jesús Méndez Vargas, alias “El Chango”; Servando Gómez Martínez, alias “El Profe”; Flavio Méndez Santiago, alias “El Amarillo”; Raúl Lucio Fernández Lechuga, alias “El Lucky”; Francisco Hernández García, alias “El 2000”; Juan Pablo Ledesma y/o Eduardo Ledesma, alias “El JL”; Miguel Aguirre Galindo, Gustavo Rivera Martínez … entre cientos más, ahora hay que añadirle a Rafael Caro Quintero, Sandra Ávila y, próximamente, a Ernesto Fonseca Carrillo “Don Neto” y muchos otros que seguramente serán liberados durante la era del PRI en el poder.

Los acuerdos del gobierno de Enrique Peña Nieto con los principales cárteles de la droga en México ya no pueden permanecer escondidos ni tras bambalinas. Son acuerdos que incluyen la repartición del territorio y su respectivo dominio para el trasiego de droga.

Dentro de esos acuerdos seguramente existe el compromiso de liberar a sus ilustres capos, aquellos que han dado su vida por la causa y aguantaron durante décadas el silencio tras las rejas, para disfrutar de sus fortunas al salir de la cárcel; fortunas que de cualquier forma sus respectivas familias, trabajadores e incondicionales, usaron y siguen usando para su goce personal de lujo y excesos.

México es tierra de narcos protegidos por las autoridades y los distintos gobiernos, narcos convertidos en héroes en lugar de fugitivos, narcos liberados por “errores judiciales”, narcos admirados, respetados, apreciados por los estamentos de poder.

Hay estados donde la industria del narcotráfico es el modus vivendi desde hace un cuarto de siglo. Allí está Sinaloa, concretamente Badiraguato. Cualquiera que haya pisado ese pueblo, cuna de ilustres narcos, se habrá dado cuenta de que el imaginario popular ha convertido a los líderes de los cárteles en auténticos héroes, pro hombres, filántropos, hijos predilectos por su altruismo y sensibilidad.

La última vez que visité Badiraguato me quede sorprendida del respeto que se le tiene a los capos allí nacidos: “el Chapo”, “el Mayo”, “el Azul”, “Don Neto”, Caro Quintero, Ignacio Coronel Villarreal y Pedro Avilés, entre otros. Son considerados “hijos predilectos” del municipio. El Alcalde evadió las preguntas y sólo repetía que ellos eran solamente unos “badiraguatenses más”, algunos incluso considerados “habitantes ilustres”.

Las leyendas sobre la supuesta generosidad de los capos abundan. Me contaron que “el Chapo” atiende y ayuda a la gente del pueblo que le solicita apoyo económico para enfrentar enfermedades, que anda en moto por los alrededores, que se pasea por los restaurantes a los que llega y luego paga la cuenta de todos los comensales, que ofrece trabajo y paga bien a sus trabajadores, que el Ejército lo custodia, que sube y baja del “Triángulo Dorado”, que arriba en La Tuna vive su mamá, que hace respetar las leyes a los habitantes del pueblo…

Igual fue cuando pregunté por “el Mayo”, un hombre de bajo perfil, cuyo actividad “empresarial” le permite vivir en una zona de Culiacán donde supuestamente los propios militares lo cuidan y acordonan la zona como si se tratara del Estado Mayor Presidencial.

Una buena parte de los sinaloenses conoce anécdotas, historias, cuentos, leyendas sobre los capos libres del narcotráfico. Cuentan cómo los capos se van encaprichando de “plebitas” guapas y luego las hacen ricas, por eso, hay un porcentaje de muchachas cuya máxima aspiración es convertirse en la pareja de un capo.

Los buchones jovencitos, antes conocidos como gomeros, son chavos que ostentan igualmente su riqueza. Se pasean con sus camionetonas, ropa fina de marca y chavas guapas como trofeo. Llegan a los antros y discotecas por las noches y son los “amos y señores”. Los dueños de los giros negros les rinden pleitesía, el gobierno local en turno también, y viven pocos años, pero con el mundo a sus pies.

Por eso, al acudir a un colegio donde conviven los hijos de los capos, con los de los empresarios, comerciantes y “gente bien”, me quedé helada cuando una de las maestras me platicó que, al preguntarles a los niños qué querían ser de grandes, la mayoría contestó que “narcos”.

En Sinaloa como en otros estados de la República, desde Michoacán, Tamaulipas, Durango, Chihuahua, Nuevo León, Coahuila, Estado de México, Morelos, Zacatecas, San Luis Potosí y otros, ser narco ha dejado de ser algo mal visto.

La normalización de la industria del narcotráfico en nuestra vida cotidiana ha generado una revalorización de la “profesión”. Ser narco, gracias al gobierno y sus “arreglos” con los cárteles, a los jueces corruptos que los liberan, a los ministerios públicos y policías que trabajan para ellos, a los contadores que lavan su dinero o a los financieros que les manejan sus fortunas, es motivo de orgullo.

Sin olvidar a los medios de comunicación y su parafernalia en torno a la legendaria figura de los narcos. Allí está el texto de Julio Scherer alabando los “pechos redondos” de Sandra Ávila de quien escribe un retrato a base de pura hormona a sus 80 y tantos años, enalteciendo sus atributos físicos y profesionales. Está claro que cuando la hormona gana a la pluma, es mejor no escribir y pasar a los hechos. El resultado de su libro La Reina del Pacífico es un buen manual de lo que nunca se debe hacer en periodismo. Resulta patético ver el boato y panegírico que escribió apoyado en su conocido machismo y famosa misoginia. No hay que olvidar tampoco aquella foto abrazado con “el Mayo” Zambada en histórica portada.

En fin, pareciera que vamos olvidando lo que significa ser narco. Y que la libertad que el PRI otorga a estos delincuentes es un hecho de justicia, que exaltar sus bondades corresponde al género narrativo más profesional, que exhibirlos como héroes es parte de la dignidad humana, que constituye una forma de éxito y ascenso social.

Seamos serios: traficar con droga y todo el negocio alrededor del narcotráfico es un delito, un crimen infame que genera millones de drogadictos, muertos, desaparecidos, secuestrados, desplazados… Ser narco es malo. ¿Por qué se nos olvida?

Fuente: Sin Embargo

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