¿Cambio de paradigma?

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Por Liébano Sáenz

Los analfabetos del siglo XXI no serán los que no sepan leer ni escribir, sino los que no puedan aprender, desaprender y reaprender. Alvin Toffler

Hace unos días tuve el privilegio de asistir a un evento que alienta a la esperanza: Tijuana Innovadora 2012. Por varios motivos agradezco la invitación que me permitió participar por segunda ocasión en este encuentro. Podría decirse que los promotores de esta iniciativa, modelo de colaboración entre el sector privado, gobierno, academia y sociedad, lo hacen de forma desinteresada, pero me permito afirmar que, por el contrario, todos ellos son impulsados por un interés desmedido y un profundo compromiso hacia una ciudad fascinante donde se tejen tragedias, historias y milagros. Lo dije ahí y lo repito: si hubiese en cada ciudad de México un liderazgo ciudadano como el que vive Tijuana, México estaría viviendo una historia distinta, enfrentando problemas de una manera más inteligente, innovadora y seguramente más eficaz.

De manera personal y a través del tema “Cambio de Paradigma”, con el que participé en esta edición, Tijuana Innovadora 2012 me da la oportunidad de hacer un alto en la ajetreada dinámica contemporánea para analizar cómo el tornado cibernético envuelve a la humanidad y se traduce en la más pura expresión de la transformación de nuestro tiempo.

Hace medio siglo, cuando Thomas Kuhn escribió su obra La estructura de las revoluciones científicas, inicialmente incomprendida y hoy considerada una de las propuestas más organizadas para conceptualizar al mundo, planteó el paradigma como un modelo para tratar de explicar las transformaciones más allá de la ciencia. El paradigma se concibió, entonces, como una manifestación de las transformaciones que gesta la sociedad en un momento determinado. Paradigma, palabra de origen griego, quiere decir: ejemplo, modelo. Por tanto, permítanme la redundancia, un paradigma es una forma de hacer, es una forma de ser.

¿Cuál es entonces el paradigma de nuestro tiempo? ¿Qué está pasando con la humanidad? A la humanidad le pasa lo de siempre: está cambiando, pero al mismo tiempo y como parte del cambio, también le pasa lo que nunca le había sucedido, lo que nunca imaginó que pudiera ocurrirle. El alud tecnológico y su planteamiento (¿o imposición?) de una nueva forma de interactuar y de relacionarnos como especie nos permite experimentar una innovadora manera de “ser humanos”, donde el tradicional sistema vertical de interacción y comunicación ha mutado a uno horizontal, más incluyente, más participativo, más apasionante. A la humanidad le ocurre que está viviendo un cisma, tal vez el más impresionante de su historia, con un nuevo rostro de revolución: la gran revolución de las comunicaciones.

Lo que hoy atestiguamos tiene aroma de una nueva etapa de la civilización. La computadora personal abrió nuevos cauces para la información y la comunicación; la red nos trasladó a un mundo insólito y convirtió al usuario en parte dinámica del proceso de comunicación e interacción humana. Los buscadores de internet han contribuido a reconceptualizar, incluso nuestros sistemas educativos y las redes sociales, además de construir afinidad con solo 140 caracteres, se han adueñado del tiempo y del espacio, y su estructura expresa el mecanismo más evidente de contagio social.

Por su parte, los teléfonos inteligentes han dado el golpe más certero en esta revolución al conseguir que 80 de cada 100 habitantes del planeta hayan aceptado su propuesta casi incondicional de entretenimiento, rapidez y comunicación sin fronteras. Con el smartphone, el teléfono ha dejado de ser un simple aparato de llamadas para convertirse en una computadora amigable con portabilidad e interconectividad sin paralelo que nos acerca a la omnipresencia. El futuro es móvil y cabe en nuestra mano.

Así, al volver la mirada, advertimos un mundo diferente y una civilización que hacemos, a través de la cibernética y la comunicación, cada vez más nuestra, con lo que adquiere mayor potencial y capacidad. Tanto, que en el año 2011, apenas el año que pasó, poco más de la tercera parte de la población mundial estuvo en línea y nueve de cada diez internautas tuvieron acceso a alguna red social. Es un síntoma de que la revolución ha impactado nuestra comunicación al grado de abandonar el viejo orden de cosas, de atestiguar el colapso del paradigma del siglo XX y de dar la bienvenida a una nueva realidad que impone sus propias reglas y expresiones, que presenta múltiples identidades y que ofrece inimaginables formas de convivencia.

De esta forma y bajo la epidermis de la normalidad, somos parte de cambios silenciosos que, sin embargo, no dejan de ser radicales y profundos, pues con la convivencia también se modifican las actitudes, los valores, las relaciones sociales y hasta la forma de interactuar entre el ciudadano y sus gobernantes, aunque la política institucional no haya comprendido aún el lenguaje y el verdadero potencial de estos nuevos mecanismos de interacción.

Muy probablemente el mismo Kuhn se sorprendería al ver el tamaño de paradigma al que nos enfrentamos hoy. Como sea, el aquí y el ahora conforman nuestro único patrimonio y los ciudadanos de este tiempo, que parece muy lejano a aquel siglo XX del físico y filósofo de la ciencia, no podemos simplemente pasmarnos y convertirnos en observadores del cambio. Las nuevas realidades nos reclaman imaginación, visión, creatividad y altas dosis de compromiso para que el cambio de paradigma más asombroso del que se tenga memoria ocurra para bien de la humanidad.

No es éste un cambio cualquiera, estamos ante una cultura naciente cuyo destino es generar nuevas estructuras mentales que, trascendiendo el interés individual y considerando a la colectividad el punto de encuentro, acepten la opinión diferente como motor del nuevo modelo y se adapten sin sucumbir ante la sumisión.

No se trata de cuánto sepamos, sino del uso que demos a la información. El reto hoy es poner la tecnología al servicio de la innovación, de la comunicación, de la tolerancia, de las libertades de todos y de la justicia. Solo así construiremos cimientos sólidos para los siguientes paradigmas y solo así abriremos la puerta a mejores concepciones. En estos tiempos y ante el nuevo paradigma, los revolucionarios de hoy no pueden o no debieran ser los conservadores de mañana.

http://twitter.com/liebano

Fuente: Milenio

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