Como parte de los bises de los shows de su última gira norteamericana de este otoño boreal, Bob Dylan tocaba una balada improbable: “Stay With Me”, grabada por Frank Sinatra en un simple en 1964 y compuesta para una película The Cardinal, de 1963. Sinatra arregló el tema desde las alturas, con una orquestación grande como una sotana papal.
En este disco, Dylan ingresa en las palabras y la melodía como un suplicante, con una voz de barítono en puntas de pie, que se mueve entre manchas de steel guitars que sugieren la tranquilidad de capilla que se puede encontrar en un bar de mala muerte. Al desnudar la canción hasta volverla una confesión, Dylan la transforma en la más fundamental de las Grandes Canciones Americanas: un blues.
En Shadows in the Night, Dylan transforma todo -diez versiones de lentos, en su mayor parte standards de la época de la canción americana anterior al rock- en ambientes de noir casi transparente, con bajos sumisos y escalofríos roncos de guitarras eléctricas.
Sinatra es una presencia que conecta todo: él grabó todas estas canciones y cuando Dylan se arrastra cuesta arriba en el verso “To share a kiss that the devil has known”, es fácil oír el entonces tumultoso romance de Sinatra con Ava Gardner.
El shock más fuerte es la voz de Dylan. Su foco y su dicción, después de ahogarse en papel de lija durante años, evocan la elegancia y claridad que tenía a fines de los 60, en obras como John Wesley Harding y Nashville Skyline, con una paciencia rítmica excéntrica, que se manifiesta en el modo en el que sostiene palabras y notas a través de las vagas sugerencias del tempo. Esto no es crooning. Es suspenso.
Fuente: The Rolling Stones