“Bancsterismo” oficial

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Por Andrei Kobiakov/ Odnako

La confiscación masiva forma parte del guión de la descomposición del sistema financiero global que está en marcha.

Los acontecimientos en Chipre pueden tener consecuencias muy a largo plazo a nivel mundial. Hay motivos más que suficientes para considerar que la “solución” de la crisis bancaria en Chipre sienta un precedente. Se trata de elaborar un patrón que muy pronto servirá de modelo para resolver las crisis análogas en todas partes.

Lo grotesco se convierte en realidad

Parece que el nuevo enfoque para resolver el problema de los bancos enfermos y otras instituciones financieras ha sido elaborado y aprobado al más alto nivel de las élites financieras globales.

Así el Consejo para la Estabilidad Financiera, organización creada por los países del G20 en la cumbre de Londres en abril de 2009 y que actúa bajo la cobertura del Banco para los pagos internacionales de Basilea (también conocido como el “banco central de los bancos centrales”) ha publicado dos importantes documentos: uno en octubre de 2011, Key Attributes of Effective Resolution Regimes for Financial Institutions (“Atributos clave de los regímenes efectivos para resolver los problemas de las instituciones financieras”), y esas recomendaciones fueron aprobadas en la siguiente cumbre de los “veinte” en Canes; y otro documento en noviembre de 2012. Recovery and Resolution Planning: making the Key Attributes Requirements Operational (“Planificación del saneamiento financiero y económico; activación de las exigencias para los atributos clave”), que da prueba de que las recomendaciones aprobadas ya se están plasmando en la realidad o su aplicación está en marcha.

Un mes más tarde apareció el documento conjunto elaborado por la Corporación Federal para el seguro de los depósitos de los EE.UU. y el Banco de Inglaterra Resolving Globally Active, Systemically Important, Financial Institutions (que se puede traducir como “Resolución de problemas de las instituciones financieras globalmente activas, sistémicamente importantes”), que vio la luz el 10 de diciembre de 2012. Por último, recientemente los analistas se han fijado en las leyes presupuestarias para 2013 de Nueva Zelanda y Canadá, con fórmulas y tesis muy poco frecuentes para este tipo de documentos.

En todos estos documentos se observan una serie de ideas y tesis comunes.

En primer lugar, llama la atención la división de los acreedores en “puros” e “impuros”, protegidos y desprotegidos, asegurados y no asegurados, financieros, no financieros y estatales etc. y este término se aplica con mucha amplitud: se consideran “acreedores” todos los que tengan depósitos. Como resultado de esta división habrá distinto trato para distintos grupos a la hora de ejecutar las operaciones de “saneamiento” (o de bancarrota) de las instituciones bancarias.

En segundo lugar, en todos estos documentos aparece la idea común del traspaso del peso principal del “salvamento” de los bancos de los propios bancos, de los bancos centrales y demás reguladores financieros o instituciones aseguradoras a los hombros de los “acreedores desprotegidos”, léase los propietarios de las cuentas bancarias. Se trata de un cambio de enfoque fundamental. Desde el punto de vista del derecho se realiza el traspaso de la fuente de salvación del banco desde los depósitos de reserva que este banco posee en el banco central a los depósitos de los propios depositantes del banco. En otras palabras, la salvación de los que se ahogan es el asunto de ellos mismos. El grotesco satírico se convierte en el precedente de la realidad respetable.

Además la requisa de los depósitos no se puede comparar, pongamos, con un impuesto especial, cuya finalidad es cubrir los excesos financiero-presupuestarios del gobierno, no se puede trazar la analogía porque existe una diferencia de principios.

La resolución del problema de la deuda estatal a través de la creación de un impuesto especial para los contribuyentes –por muy discutible que sea– todavía puede justificarse, porque la deuda en cierto sentido es de toda la nación, y los ciudadanos pueden compartir la responsabilidad solidaria. Pero el traspaso de los problemas del banco (a menudo, causados por las operaciones aventureras y la irresponsabilidad de sus directivos, personalmente interesados en los beneficios obtenidos con tales operaciones) a sus depositantes concretos ya es puro bandidismo.

En tercer lugar, se prevé utilizar los depósitos para la recapitalización de los bancos y como resultado del “saneamiento” entregar a los depositantes a cambio del dinero confiscado las acciones de la correspondiente institución bancaria. Se trata de una descarada transgresión de las reglas básicas del propio sistema bancario. Si usted tiene una cuenta en el banco, tiene el derecho de considerar que es el dueño de una cantidad muy concreta de medios monetarios nominales, que además poseen una liquidez casi absoluta (puede pagar con ellos sus compras, así como en cualquier momento liquidar su cuenta y retirar el dinero).

Pero desde el momento de la aprobación (o de la aplicación) de las nuevas reglas de juego, ya no sabe qué es lo que posee exactamente. El volumen concreto de los medios monetarios en cualquier momento puede convertirse en el valor poco concreto de las acciones, que no se sabe qué liquidez pueden tener (si es que van a tener alguna). Y semejante absurdo, esa fantasmagoría a partir de ahora le pueden ocurrir en cualquier momento.

Confiscación total

Estos hechos señalan la total desorientación de los reguladores financieros, derivada de la imposibilidad objetiva de seguir jugando según las viejas reglas. El sistema se convierte cada vez en menos controlable y funciona a trancas, mientras que las consecuencias de las decisiones tomas son cada vez más impredecibles.

¡De qué fin de la crisis pueden hablar!.. Las llamas siguen ardiendo en las profundidades de la turbera del pantano financiero mundial, y las lenguas de fuego salen a la superficie por aquí y por ahí. Qué ocurrirá cuando empiece a arder todo es casi mejor no saberlo.

Por el momento solo hemos asistido al primer acto del drama global. No es más que la presentación del argumento (…) Al mundo le espera el cinismo descarado de las confiscaciones masivas. Si en vez de las autoridades financieras europeas una estructura bancaria o financiera particular hiciera algo parecido con el dinero de sus depositantes o clientes, el hecho inequívocamente se habría calificado de delito financiero. Pero a partir de este momento el “robo de los bancos” (o mejor dicho de los depositantes bancarios) se convierte en Occidente en la política oficial del Estado.

La tendencia es evidente y comprensible: los problemas de deuda presupuestaria en todo el mundo crecen como una avalancha de nieve (como tampoco se observa ninguna mejora en la situación de los bancos), y como consecuencia la tentación de resolverlos a costa de los contribuyentes y depositantes a través de las medidas confiscatorias también seguirá creciendo.

Sí, la cosa irá a peor, a mucho peor. Hoy se trata de la confiscación de los depósitos en los bancos, mañana será la confiscación de los ahorros para las pensiones, pasado mañana la destrucción total de los ahorros de los hogares a través del mecanismo de la hiperinflación. Me temo que la lógica de los acontecimientos es así de clara.

El conocido financiero y destacado analista Jim Sinclair, con razón, afirma que la pérdida por parte de los depositantes de su dinero en los bancos no es un nuevo impuesto, no es una nueva forma de poner las cosas en orden, sino que es el testimonio de que el sistema bancario global está en situación de catástrofe. Y cuando lo comprenda el gran público, el miedo y el pánico serán de proporciones que no se recuerdan desde 1929.

Elección sin elección

Ante nuestros ojos se está desarrollando la gran depresión. Intentan camuflarla a través del inflado de la economía mediante la emisión del dinero, pero lo máximo que se logra así es mantener la situación al borde del precipicio. Sin embargo y a pesar de que las proporciones de este inflado son cada vez más pantagruélicas, su efectividad sigue bajando y pronto podría dejar de surtir el efecto que se espera.

Así, por ejemplo, el muy eficiente observador financiero británico Ambrose Evans-Pritchard señala que a pesar de todos los programas de suavización cuantitativa (es decir de la emisión del dinero que no está respaldado) por parte del Sistema de la Reserva Federal el agregado monetario M2 en los EE.UU. se ha reducido durante los últimos tres meses, mientras que la velocidad de circulación de la masa monetaria ha caído hasta 1,54, lo que representa el mínimo absoluto en todo el tiempo de la observación.

Aunque la norma del ahorro en los EE.UU. ha descendido hasta los niveles anteriores a la crisis (2,6%), no se sabe si es para mejor. Pero incluso este bajo nivel de ahorros no asegura el suficiente nivel de gastos para reanimar la actividad económica. Y a nivel mundial la norma de los ahorros ha subido hasta 25%. De manera que el inflado monetario simplemente ha dejado de tener efectividad.

Algunas cabezas locas (y entre ellas se cuentan científicos-economistas respetables y de renombre mundial, así como serios dirigentes de los órganos financieros reguladores con el título de lores) hacen llamamientos para acelerar drásticamente el trabajo de la máquina impresora, aumentar el volumen de este inflado y prácticamente convertirlo en permanente. Y además eliminar con su ayuda todas las deudas estatales a través de los balances de los bancos centrales, en particular del SRF mismo (ya que la inyección monetaria se realiza a través de la compra de las obligaciones que se quedan en los balances del Banco Central).

Es difícil prever las consecuencias de semejante actuación. ¿Conservarán los bancos centrales la confianza del público general, de los inversores, de los financieros? ¿Cómo será en este caso el sistema monetario? ¿Hasta qué punto se podrá dirigir? ¿No se producirá la restauración espontánea del patrón oro? Las preguntas se podrían seguir multiplicando.

Una cosa queda clara: este camino lleva a una monstruosa hiperinflación y los sobresaltos financieros al estilo de la República de Weimar, pero de proporciones globales. Solo un loco puede considerar tal camino como “saneamiento”. La élite financiera global se ha encontrado ante el dilema: o llevar el mundo por la vía deflacionista-depresiva con la plena bancarrota del sistema financiero, o por el no menos peligroso camino de la hiperinflación con el resultado confiscatorio análogo.

“Tanto monta, monta tanto”.

* Andrei Kobiakov (n. 1961, Moscú). Es economista, publicista, hombre público. Es profesor docente en la Universidad Estatal de Moscú (MGU Lomonósov). En colaboración con Mikhail Khazin ha publicado el libro “El ocaso del imperio del dólar y el fin de la pax americana” (Ed. Veche, Moscú, 2003)

Fuente: http://www.odnako.org/magazine/material/show_24948/ 

 

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