Por Alberto López Herrero*
Julia, una persona octogenaria, vive sola y necesitaba reparar un grifo que perdía agua. Su arreglo le salió gratis, ya que lo pagó con las horas que había conseguido enseñando a hacer punto a una estudiante. A pesar de su edad, está bien de salud y es una usuaria frecuente de uno de los más de 300 bancos del tiempo que hay en España. Ella hace compañía a otros mayores, enseña a cocinar a los jóvenes y, a cambio, le prestan ayuda con asuntos fiscales, practica gimnasia y arreglan los pequeños desperfectos que van surgiendo en su casa. Es sólo un ejemplo de cómo en medio de una crisis tan atroz como la que sufrimos cada vez más personas sustituyen el intercambio de dinero por tiempo.
Según la Asociación para el Desarrollo de los Bancos del Tiempo (ADBdT) en la actualidad hay 40.000 personas, sólo en España, que forman parte de estas plataformas que promueven una economía alternativa en la que el tiempo es la moneda de intercambio. Y es que cuando empleamos la expresión que el tiempo es oro desde una perspectiva personal y egoísta significa que querríamos saber hacer muchas más cosas y organizarnos mejor para tener más tiempo para poder hacerlas. Pero, ¿y si en lugar de querer ese tiempo para nosotros lo utilizásemos en aquello que mejor se nos da pero para los demás? Teniendo en cuenta que el aprendizaje es un proceso que dura toda la vida, ésa es la esencia de los bancos del tiempo: una hora tiene 60 minutos para todos, pero además es la moneda que sirve para intercambiar servicios dentro de una comunidad.
El intercambio es muy variado: cursos de cocina, asesoramiento legal, clases de idiomas, asistencia y acompañamiento a personas mayores, cuidado de animales, ayuda en mudanzas, arreglos de fontanería y bricolaje… Según el presidente de la ADBdT, Sergio Alonso, “lo ideal sería que no existiera ningún tipo de moneda, ni siquiera el tiempo. De lo que se trata es de trasladar la red de solidaridad que existe entre amigos y familiares hasta el barrio o la comunidad más cercana a cada uno de nosotros”.
Una película estadounidense, Pay it forward, traducida como Cadena de favores, impulsó a partir del año 2000 los bancos del tiempo, nacidos en Estados Unidos en los años 80. Esta singular forma de solidaridad a través del intercambio de favores no es más que un sistema por el que los usuarios ofrecen y demandan productos o servicios sin que intervenga la moneda oficial del país y consiguiendo fomentar la cooperación entre personas desconocidas y con necesidades distintas pero con la misma unidad económica: el tiempo.
La efectividad de esta herramienta de favores a través de los bancos del tiempo está más que comprobada: habilidades, destrezas, conocimientos, cuidados… quien más y quien menos sabe hacer algo que siempre puede necesitar el otro o se le da bien algo concreto que puede ofrecer a los demás. En ambos casos, esa persona se sentirá útil, activa, optimista y generará un beneficio que siempre redundará en el grupo más allá de la persona a la que se ayude.
Quienes participan en estas iniciativas comprueban a diario el alto grado de integración social que supone para aquellos sectores de la sociedad marginados o relegados, como los mayores, los discapacitados o los inmigrantes. Además, entre sus beneficios se encuentran también que facilita la actividad para todos los participantes; es un medio de ahorro al no utilizar dinero; promueve la imaginación y estimula la creatividad; consigue una red de interrelaciones cuyo resultado potencial siempre será superior a las partes, es decir, que si un centenar de personas construye una casa en una hora, una sola persona no lo conseguiría jamás en cien horas.
Estamos, por tanto, tardando en poner en práctica estas cadenas de favores que se han denominado “economía del amor”, ya que la clave, como asegura Julio Gisbert, un empleado de banca que se ha especializado en economías complementarias, microdivisas y banca social, “es que los servicios que se ofrecen en los bancos del tiempo no deben confundirse con el voluntariado, sino que es un intercambio basado en un círculo de posibilidades y de poder entre iguales”.
* Alberto López Herrero. Periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias
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