Por Francisco Ortiz Pinchetti.
Badiraguato— Aquí empezó la historia. Y la leyenda. La amapola primero, después la mariguana. Esta fue la Meca de los gomeros, de los moteros. La cuna de los capos: no de todos, pero sí de algunos de los mejores.
En esta serranía inmensa, agreste, se inició en los años veinte el cultivo de la adormidera, base del opio, presuntamente traída por los inmigrantes chinos llegados a Sinaloa a principios del siglo XX. Aquí floreció el negocio de la goma en los cuarenta, ante la demanda de morfina en Estados Unidos durante la segunda guerra mundial. Cañadas y lomeríos se cubrieron luego de verdes sembradíos, la mejor mota del mundo.
También fueron estos montes, sus rancherías, escenario principal de la represión atroz, cuando a finales de los setenta la Operación Cóndor contra el narcotráfico arrasó sembradíos y vidas. Campesinos miserables -que no los jefes- sufrieron persecución, cárcel y tortura.
Aquí operó el legendario Pedro Avilés, el primero de los capos sinaloenses. Y aquí nacieron sus dos más destacados discípulos: el viejo Ernesto Fonseca Carrillo, don Neto –que en Santiago de los Caballeros tiene ya dispuesto el mausoleo que guardará sus restos— y el joven Rafael Caro Quintero. De la región son también Luis Héctor Palma, el Güero, y Joaquín Guzmán Loera, el Chapo.
Y de aquí emigraron en 1953 Vicente Carrillo Vega y Aurora Fuentes, que un año después tuvieron en Navolato -donde vivieron antes de radicarse en El Guamuchilito- al primero de sus doce hijos: Amado Carrillo Fuentes que, con los años, se convertiría en el mismísimo Señor de los cielos.
El narco no es el futuro
Badiraguato es un pueblo típicamente serrano, grato, de calles empedradas y casas con techos de teja, situado a 80 kilómetros de Culiacán. Tiene su plaza arbolada y un templo del siglo XVIII. Con unos seis mil habitantes, es la cabecera del segundo municipio más extenso de Sinaloa, un accidentado territorio con cinco mil 850 kilómetros cuadrados. En el mero centro del “triángulo dorado” de la producción de droga, colinda con Chihuahua y con Durango.
Los 45 mil habitantes del municipio se diseminan en 457 comunidades, algunas de ellas distantes de Badiraguato, la cabecera, hasta 15 horas de camino por brechas que en tiempo de aguas, como ahora, son intransitables.
Con 50 mil hectáreas de coníferas –pino y encino—el municipio se caracteriza por sus microclimas que permiten el cultivo de hortalizas, flores y frutas. Sin embargo, se estima que todavía 25 por ciento de la población vive del cultivo de la mariguana. “Acá todos nos conocemos y sabemos lo de cada uno”, insinúa Rigoberto Todardo en su tendejón, frente a la plaza.
“El narco no es el futuro de Badiraguato”, afirma vehemente el presidente municipal José Caro Medina, que no niega la marginación y el atraso, “que no miseria”, en que vive gran parte de la población. “Nuestra gente necesita mucho apoyo para que tenga otras opciones como forma de vida”.
En esa tarea está el gobierno, dice el alcalde, periodista de oficio. Pondera los esfuerzos oficiales para sacar al municipio del rezago social y la incomunicación: “En los 20 meses que lleva en funciones el ayuntamiento actual, Badiraguato ha recibido una derrama de más de 50 millones de pesos, 60 por ciento de esa suma por el Ramo 26, aportación federal contra la pobreza”.
Menciona obras de comunicación, como el recién terminado puente sobre el río Sinaloa, que beneficia a más de 60 comunidades; la ampliación de la cobertura de salud con 13 vehículos equipados, cada uno de los cuales visita 30 comunidades cada mes; la construcción de escuelas y la promoción de la ganadería, la horticultura y la fruticultura. “Pronto echaremos a andar la Universidad de la Sierra, en Surutato”.
Con todo esto, presume Caro Medina, “vamos a cambiar el destino de Badiraguato”.
Una manera de ser
No obstante, como todos los años, desde principios de julio -cuando llegan las lluvias- los pueblos de la sierra se quedan sin hombres. “Los campesinos se van al monte, a la cerca como ellos dicen, para sembrar la mariguana”, refiere el teniente coronel Eusebio Alesio Villatoro, comandante del destacamento militar de Badiraguato.
Entre la siembra y la cosecha transcurren apenas dos meses, justo los de la temporada de aguas. El militar informa que sólo en la jurisdicción de su destacamento -que abarca una cuarta parte del municipio- durante el mes pasado los soldados destruyeron 400 plantíos, equivalentes a entre 40 y 50 toneladas de mariguana.
–¿A cuántos campesinos detuvieron?
–A ninguno. En los nueve meses que llevo aquí, sólo hemos detenido a dos, y eso porque los sorprendimos con carga. Los sembradores se las ingenian para que no se les sorprenda. Ellos cada día se adaptan a las circunstancias, buscan la manera para que no podamos implicarlos legalmente. Además, quienes controlan el negocio tienen ahora modernos sistemas de comunicación: radios de banda civil, celulares. Así se avisan.
Frente a otras opciones de cultivo lícito, el valor de la yerba es un atractivo demasiado poderoso. Actualmente se cotiza en la región entre 400 y 500 pesos el kilogramo. Y ni siquiera hace falta transportarla: vienen por ella en avionetas.
Una innovación es que ahora los campesinos siembran más cerca de los pueblos. Así cuidan mejor sus plantíos para que no se los “ganen” otros. Algunos son capaces de tender una manguerita a lo largo de cuatro, cinco kilómetros para llevar agua a su sembradío. Muchos acostumbran “encomendar” su plantío a Malverde, el santo patrono de los narcos sinaloenses, cuyo busto de yeso ocultan entre las matas. Allá en el monte se quedan dos meses. Es su trabajo. Lo han hecho toda su vida. Lo hicieron sus padres, sus abuelos.
“Es una manera de ser y de pensar”, asume el teniente coronel Villatoro.
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*Estuve en Badiraguato hace poco más de 16 años, después de cubrir el sepelio de El señor de los cielos en El Guamuchilito, custodiado por soldados y agentes federales. Pienso que pudo ser ayer. Mi texto fue originalmente publicado en Proceso, el 25 de agosto de 1997. Y se llamó así mesmo. Válgame.
Twitter: @fopinchetti