Ayotzinapa

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Por José Cueli

Ayotzinapa, de nuevo en la opinión pública. Los intentos por borrar el tema de los desaparecidos no han tenido éxito. Día a día su presencia se agiganta. La crueldad y salvajadas perpetradas contra 43 normalistas no tienen parangón. Más allá de las investigaciones que realiza la nueva administración, comandadas por don Alejandro Encinas, surge la pregunta: ¿cómo elaborar este drama terrorífico?

La marginación: maldad y destrucción, dos caras de una misma moneda. El mal parte humana más negra en nuestros días vemos aparecer en diversos escenarios y diferentes latitudes a lo largo y ancho del planeta. La palabra de los poetas parece emerger con fuerza descarnada y una verdad que a todas luces no podemos ocultar ni menos negar. Convendría escuchar a los poetas malditos que al ‘‘mal-decir”, al decir del mal lo hicieron sin concesiones y además de un talento excepcional mostraron sin reticencia el dolor, la desesperación, el vacío y la desesperanza que cohabitan con el mal en las profundidades del alma humana.

Poetas malditos como Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Artaud, Allan Poe, Dylan Thomas, Maiakovski, Apollinaire, son la representación de ‘‘un ser desarraigado, un desclasado, un ser que sufre complejo de autodestrucción y que hace de ese complejo y esa autodestrucción su obra de arte… es una fuerza centrípeta de destrucción y respecto de la sociedad una fuerza disolvente que dice Francisco Umbral.

A propósito de Ayotzinapa, Rimbaud dejó magistral descripción en su poema de dantescas escenas que hoy se reproducen sin fin en distintos escenarios del orbe, y que avasallados por el horror nos dejan perplejos y pasan ante nuestra mirada con una horrenda y sorprendente cotidianidad que nos desborda y se torna inasible, incomprensible, inasimilable: ‘‘Mientras los escupitajos rojos de la metralla / silban todo el día en el infinito del cielo azul; / mientras escarlatas o verdes, junto al rey burlón / se desploman en masa los batallones bajo el fuego; / mientras una espantosa locura machaca y hace de cien millares de hombres una pila humeante / –¡pobres muertos!, en el verano, en la yerba, en tu alegría / ¡oh Naturaleza!, tú qué hiciste a esos hombres santamente–…

Ante la ensordecedora realidad pareciera que los hombres hemos olvidado preguntarnos sobre el mal y sus consecuencias sobre nuestra propia maldad y la del prójimo, y sin reflexión apostamos por la destrucción. Para ayudarnos a reflexionar aparece un crudo poema, también de Rimbaud:

‘‘Corazón mío, ¿qué cosa nos importan las capas de sangre / y de brasa, y los mil crímenes, y los interminables gritos / de rabia, esos llantos de cualquier infierno que derriban / cualquier orden, y el Aquillón gimiendo aún sobre las ruinas / y venganza alguna? ¡Nada!”

Al mostrarnos el horror de la parte negra quizá puedan darnos luz para tender puentes (si es posible) hacia el rescate de la parte luminosa de la naturaleza humana, para no tener que decir, como García Lorca: ‘‘la vida no es noble, ni buena, ni sagrada”.

Fuente: La Jornada

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