Así se inventó el concepto de la ‘persona normal’

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Adolphe Quetelet nació en Bélgica a finales del siglo XVIII. A los 23 años recibió el primer doctorado en matemáticas otorgado por la Universidad de Gante. Poseedor de una capacidad intelectual privilegiada, Quetelet decidió hacer carrera como astrónomo.

Por aquel entonces, Bélgica no disponía ni siquiera de un observatorio de astronomía. Pero eso no amilanó a Quetelet. El joven decidió utilizar todo su ingenio y su insistencia para convencer al gobierno del Reino Unido de los Países Bajos de que desembolsara una descomunal suma de dinero para financiar el primer observatorio telescópico del país. Increíblemente, lo logró.

Quetelet fue nombrado director del Observatorio Real de Bélgica. Pero algo vino a interponerse en su camino.

En 1830 comenzaba la Revolución Belga contra la hegemonía de las provincias norteñas, de mayoría protestante. El observatorio, que en aquel momento estaba siendo construido, fue escenario de enfrentamientos y quedó ocupado por los rebeldes.

Quetelet, que nunca se había interesado por la política ni por nada que tuviera que ver con la sociedad humana —a él le interesaba la ciencia, el cosmos, por encima de todas las cosas, sintió por un momento peligrar su prometedor futuro como director del observatorio por culpa de la insurrección popular. Aquello le hizo recapacitar. Despertó en él un nuevo interés.

Quetelet decidió aplicar el análisis matemático al estudio de las personas. De golpe, un prometedor astrónomo se convertía en uno de los padres de la estadística social.

Para poder entender los cambios sociales que estaban sucediendo a su alrededor, Quetelet decidió que debía hacer previsible lo más imprevisible del mundo: el comportamiento humano.

El matemático tuvo una inspiración en el momento más propicio de la historia y se preguntó: ¿es posible crear una ciencia para entender la sociedad?

Quetelet solo sabía de astronomía y no tenía ni idea de ciencias sociales. Así que decidió aplicar lo que conocía, las matemáticas, al estudio de las personas.De golpe, un prometedor astrónomo se convertía en uno de los padres de la estadística social.

Con respecto a la humanidad, Quetelet determinó que cada uno de nosotros es una copia defectuosa de algún tipo de plantilla cósmica perfecta que determina el ideal del ser humano.

Como astrónomo, Quetelet sabía que si 10 astrónomos trataban de medir la velocidad de movimiento de un cuerpo celeste con la tecnología de la época, los 10 obtendrían resultados diferentes. ¿Cuál de aquellas mediciones era la más acertada? Para salvar ese problema, los astrónomos inventaron el llamado “método de los promedios”. Es decir, las medidas individuales se sumaban y luego esa cantidad se dividía entre el número de observaciones. Lo que comúnmente conocemos como ‘hacer la media’.

Quetelet pensó que lo mismo se podía hacer con toda una serie de variables relacionadas con las personas.

A principios de 1840, el científico analizó un conjunto de datos publicado en una revista médica de Edimburgo. Los datos correspondían a la circunferencia del pecho de 5.738 soldados. El matemático cogió todas las medidas, las sumó y las dividió entre el total de los soldados que se habían sometido a medida. El resultado fue uno de los primeros promedios del cuerpo humano jamás realizados en la historia.

De esta manera nació el concepto de promedio aplicado a las personas. Pero la principal aportación de Quetelet no fue esa aproximación aritmética, sino su interpretación. ¿Qué significaban esas medias?

Usando su bagaje teórico y su mentalidad de astrónomo, el belga determinó que la persona individual era sinónimo de error, mientras que la ‘persona media’ representaba al verdadero ser humano.

Es decir, para el matemático, cada uno de nosotros es una copia defectuosa de algún tipo de plantilla cósmica que representa al ser humano ideal. Esa plantilla es el Hombre Medio. La perfección misma. Se hacía necesario sumar a todos los humanos defectuosos para sacar la medida del humano perfecto como conjunto de valores medios.

A partir de ahí, el promedio empezó a asimilarse con la idea de lo normal. Todo lo que se desviaba de la media, se salía de la norma. Era, por tanto, anormal.

Todo lo que se desviaba de la media, se salía de la norma. Era, por tanto, anormal

Después de sus primeros cálculos, Quetelet empezó a calcular todo lo susceptible de ser calculado. Reunió datos para calcular la estatura media, el peso medio, la edad media en la que se casan las parejas… e inventó el índice de masa corporal (IMC), esa medida de asociación entre la masa y la talla de un individuo que se usa para determinar si estamos más delgados o más gordos de lo que deberíamos y que se suele interpretar como medida de salud general.

Sí, a él se lo debemos.

Cuanto más amaba Quetelet al “hombre medio”, más le parecía odioso todo lo que se salía del patrón. Lo distinto se convertía en defecto, en error.

El científico llegó a afirmar que “todo lo que difiere de las proporciones y la condición del hombre medio, constituya deformidad y enfermedad”. O “todo lo diferente, no solo en relación a su proporción o forma, sino en la medida en que exceda los límites observados, constituirá una monstruosidad”.

Cuanto más amaba Quetelet al hombre medio, más le parecía odioso todo lo que se salía del patrón.

Desde que Quetelet introdujo la idea del Hombre Medio, los científicos han delineado las características “normales” de un sinfín de tipologías humanos. Tipos de personalidad A, tipos neuróticos, líderes… Cada vez más se empezó a juzgar a los miembros individuales de un grupo en relación a los rasgos del “tipo medio” de ese grupo. Se impuso el estereotipado del comportamiento.

Lo estándar se convirtió en la medida. La media en lo normal.

Generación tras generación, los padres han ido inculcando a sus vástagos esa idea de lo que la sociedad considera normal como aquello a lo que hay que aspirar. Para que todos seamos como la media de Quetelet. Para que nadie se convierta en su concepto de monstruosidad. Y no hay que andar muy despierto para entender que esa idea ha subestimado y confinado nuestro potencial

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