Tras una serie de amenazas y ataques, el director del refugio ‘Todo por ellos’, el religioso Ramón Verdugo, ha abandonado Tapachula por miedo a que los niños resulten heridos
Por Mariluz Peinado
El hermano Ramón Verdugo es un personaje conocido en la ciudad de Tapachula (Estado de Chiapas) en el sur de México, cerca de la frontera con Guatemala. Dirige un albergue para chicos menores de edad que viven en la calle, son adictos a esnifar pegamento, no tienen hogar… El hermano Ramón se pasea por las calles para ofrecerles un lugar donde comer y dormir. Conoce a los migrantes centroeuropeos que llegan a la ciudad, a las trabajadoras sexuales y a los menores que venden caramelos para poder tener algo que comer. Pero también conoce a aquellos que los extorsionan y que les exigen una cuota para poder ejercer la prostitución o que les roban su dinero bajo la amenaza de llevárselos a la comisaría. Y ellos lo conocen a él. “Son los propios policías municipales de la ciudad. Nosotros los denunciamos y por eso he tenido que salir de allí, por las amenazas que han venido después”, explica por teléfono desde un lugar lejos de su refugio.
Hace cuatro años que este religioso del Estado de Sonora comenzó a trabajar en las calles de Tapachula. En su albergue pasan la noche esos chicos varones que no tienen apoyo de las instituciones “porque a partir de los 12 años los centros del DIF (una institución mexicana que se encarga de las familias) tan solo se atiende a las niñas”, explica Verdugo. “Empezamos a ver las extorsiones y ayudamos a un grupo de mujeres trabajadoras sexuales a denunciarlo en marzo de este año. Después vino otra denuncia de chicas menores de edad que contaron cómo los policías municipales les cobraban cuotas de 300 pesos (23 dólares) al día por poder prostituirse”. Incluso difundieron un vídeo con los testimonios de los menores. Como resultado de esas denuncias, se cerraron tres moteles y se detuvo a siete policías municipales.
El pasado 27 de julio, el refugio Todo por ellos vivía una noche especial. Un periodista italiano había acudido a grabar un documental y las puertas del lugar estaban abiertas a pesar de que ya era casi la medianoche. “Un grupo de ocho policías federales se bajó de una furgoneta pick-up y entraron en la casa. Llevaban el uniforme de federales, casco y gafas. No había ninguna identificación a la vista y portaban armas largas”, cuenta el religioso, quien reproduce la conversación que tuvo con uno de ellos:
– ¿Qué están haciendo aquí?, preguntó el agente.
– Aquí vivimos, respondió el religioso.
– ¿Y por qué hay chamacos?
– Es un albergue.
– Hay denuncias de que aquí hay prostitución infantil y trata de menores y a ti te va a cargar la chingada, el espetó el agente.
Los policías entraron e interrogaron a los menores. A los centroamericanos los amenazaron con deportarlos. “Los niños estaban asustados por las armas y yo también por si les hacían algo. Dicen que fueron unos minutos pero le aseguro que fueron unos minutos muy largos”, cuenta Verdugo. Al marchar, uno de ellos le advirtió: “Las cosas van a llegar a ser tan grandes como tú quieras. Si no te callas, te vamos a romper la madre”.
Las horas siguientes fueron de confusión y papeles. El hermano Ramón descubrió que no había ninguna denuncia contra su refugio y pidió medidas de vigilancia y protección para el albergue. “No sé quién hay detrás pero es fácil imaginar que en ese contexto de denuncias, detenciones y cierres, hay alguien a quien le resulte incómodo”, explica. A través de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, consiguió que el Comisionado de Seguridad Nacional aprobara implementar las medidas de seguridad en un plazo de 72 horas. Han pasado dos semanas sin que, según denuncia Verdugo, se haya puesto nada en marcha.
Unos días después del ataque, el hermano Ramón salió de la casa puesto que las noches son calurosas y húmedas en Tapachula. Entonces se dio cuenta de que alguien estaba vigilando el albergue. Se apresuró a llamar a las autoridades para pedir la protección que se le había concedido pero sin respuesta. Cuando por fin lo consiguió, le pasaron con la policía municipal. “Imagínese, si es a ellos a quien hemos denunciado, ¿cómo nos van a defender?” Al ver que nadie los protegía, decidió abandonar el albergue. ”Sentía que estaba exponiendo a los chicos, que estaban corriendo un riesgo porque yo inicié los procesos de denuncias, por eso me marché”, cuenta.
Nadie mejor para apoyar al hermano Ramón que los que han pasado por esa situación. El religioso intenta desde su exilio recabar apoyo de las instituciones y en ello le ayudan personajes como el padre Alejandro Solalinde – que tuvo incluso que salir del país – o Fray Tomás González, del refugio la 72, a quien también han amenazado de muerte. A pesar de las amenazas, los dos han continuado con su labor, igual que piensa hacer Ramón lo antes posible.
Fuente: El País