Por María José Atiénzar*
“El arsenal terapéutico es pobre, y se dispone de medicamentos ineficaces, peligrosos o muy caros para hacer frente a enfermedades tan extendidas y mortíferas como el paludismo o el sida”, según Annick Hamel, coordinadora de la campaña de acceso a medicamentos esenciales de Médicos sin Fronteras (MSF). En su análisis Hamel explica que se retiran medicamentos por falta de un mercado rentable, como sucedió con el cloranfenicol que servía para tratar las meningitis epidémicas en África. Algo parecido sucede con la tripanosomiasis o enfermedad del sueño, que afecta a 60 millones de africanos. Sin tratamiento es mortal casi en el 100% de los casos; con los medicamentos existentes, todavía muere uno de cada tres enfermos.
En cuanto al sida, mientras en los países desarrollados pueden conseguirse tratamientos antirretrovirales que permiten prolongar la vida de los enfermos, el alto coste de los medicamentos los sitúa fuera del alcance de los pacientes en países pobres. Solamente en África se calculan cerca de 40 millones de personas VIH positivas.
Cada año hay cerca de 500 millones de nuevos casos de paludismo y se registran de 1 a 2 millones de muertos. Los enfermos cuentan sólo con la cloroquina, un tratamiento que ya no funciona. El parásito se ha vuelto resistente y, después de medio siglo de uso, la eficacia del medicamento es casi nula. Aún así, los ministerios de salud africanos recomiendan la cloroquina en los programas terapéuticos. Otras combinaciones de medicamentos son más eficaces pero su precio es inalcanzable para los pacientes pobres.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y otras instituciones internacionales, abogaron por las estrategias de atención primaria de salud, dando prioridad a la prevención en detrimento de la asistencia individual. Según Hamel, “se trata de políticas de salud más económicas pero que acaban siendo discriminatorias. La prevención es una noción vaga que engloba medidas como la vacunación o la educación sanitaria pero ese tipo de estrategias no tienen en cuenta la mejora de las condiciones de vida o la creación de servicios colectivos”.
Esa utopía generalizada de que la prevención contribuye a disminuir el número de enfermos y con ello el coste de la atención sanitaria en países con recursos limitados permite a algunos Estados instaurar políticas de ajuste que reducen los gastos en educación y salud. Como resultado, millones de enfermos, sobre todo de sida, están condenados a muerte mientras se espera a que llegue una situación ideal en la que la prevención haya hecho desaparecer la enfermedad. Los sistemas de salud en los que se prima la prevención frente al tratamiento ofrecen terapia únicamente a los enfermos con más recursos.
Estas lógicas de exclusión se agravan por la evolución del sistema comercial y financiero internacional. Los medicamentos se han convertido en una mercancía como otra cualquiera y los grandes laboratorios eligen sus inversiones en función de la rentabilidad. Como se trata de producir medicamentos destinados a enfermedades “rentables” y a enfermos con recursos, las empresas farmacéuticas prefieren desarrollar un antidepresivo que un antipalúdico.
Hay una concienciación creciente del enorme coste humano de estas injusticias. Las asociaciones de enfermos VIH se han enfrentado al poder político y han recurrido a tribunales que les dieron la razón contra el sistema público de salud. Asimismo, las terapias con medicamentos genéricos, cuyo precio puede ser hasta cien veces inferior al de los medicamentos patentados han forzado a reducir precios a los laboratorios. Pero no deja de ser una solución temporal ya que las legislaciones de todos los países productores de genéricos tendrán que adaptarse a los acuerdos de propiedad intelectual.
En las últimas décadas han salido al mercado cerca de 1.400 medicamentos, de los cuales tan sólo 13 sirven para tratar enfermedades tropicales que afectan a millones de personas. Entre otras posibles soluciones alternativas está la de reconocer y ampliar el enorme potencial de la medicina verde, que aprovecha las ventajas terapéuticas de las plantas. Una investigación constante es imprescindible, pero sólo el compromiso político y la búsqueda de soluciones a largo plazo permitirán que los enfermos reciban el tratamiento vital que necesitan.
* María José Atiénzar. Periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España
Twitter: @CCS_Solidarios