Por Jorge Zepeda Patterson
Vivir con ella es imposible, vivir sin ella no es vida. La frase podría ser de alguna canción de José Alfredo Jiménez. También podría ser la que mejor describa la difícil relación de Pemex y su necesaria reforma.
Todos los mexicanos sabemos que Pemex no puede seguir como está. Y todos, salvo Romero Deschamps y sus secuaces del sindicato, entendemos que debe haber un cambio. El problema estriba en definir ese cambio, pues la discusión resultante podría desencadenar la crisis política más severa de los últimos años.
Vayamos a lo primero, aunque documentar la necesidad del cambio resulta casi ocioso. Pemex es la empresa petrolera más ineficiente de su tamaño en el mundo. Ni sus niveles de inversión ni sus capacidades profesionales están a la altura de los retos tecnológicos que entraña el siglo XXI. O para decirlo de otra forma: es malo que una economía dependa del petróleo, pero es mucho peor que una economía dependa del petróleo y no lo tenga. Y justamente México está en proceso de convertirse en una economía petrolizada pero sin petróleo. El peor de los mundos.
Si en el diagnóstico existe consenso (las cosas no pueden seguir como están) en las soluciones estamos más confrontados que Chivas y América o iPhone y Blackberry.
Nos hemos encasillado en las caricaturas de dos posiciones antagónicas. La de la iniciativa privada que argumenta que todo cambio debe pasar por la apertura de la petrolera al capital privado nacional y extranjero. Y la de López Obrador que al grito de masiosare asegura que toda apertura supone un robo del patrimonio de los mexicanos por parte del capitalismo salvaje y los monopolios.
Por desgracia las dos tienen algo de verdad, o lo parecen. México carece de los recursos tecnológicos y financieros que sólo detentan las grandes compañías petroleras, particularmente cuando se habla de exploración y explotación de los yacimientos profundos del Golfo de México. Pero AMLO asegura que tal paso puede ser contraproducente si nos atenemos al resultado de privatizaciones anteriores o al estado en que se encuentra la economía de países africanos que se han entregado en manos de las trasnacionales para la explotación de sus recursos.
El hecho de que las dos posiciones antagónicas tengan algo de verdad indica que también tienen algo que no lo es. La IP se equivoca cuando reduce todo el tema del financiamiento a un asunto externo. Pemex es incapaz de mejorar tecnológicamente y hacer las inversiones que requiere porque es ordeñada masivamente por el Estado mexicano. ¿Y por qué es ordeñada así? Para paliar la ausencia de recursos fiscales que el gobierno no puede de recaudar de los contribuyentes, en particular de las grandes empresas. Resolver la situación de Pemex pasaría por sanear las finanzas públicas mediante una relación más estricta con los grandes capitales. Dentro de la OCDE o de América Latina México es la economía más laxa y cómplice con los ricos en materia fiscal. Pero este no es un tema que la iniciativa privada aborde con gusto cuando se analiza la situación de Pemex.
Por otra parte, AMLO ha hecho esfuerzos por salirse de la etiqueta de intransigente en materia petrolera. Pero la confrontación política y la desinformación de sus seguidores provoca que el propio líder termine encasillado en posiciones de todo nada. Ayer mismo difundió un video para convocar a una marcha en defensa del petróleo y la economía popular. En ningún momento hace alguna propuesta para mejorar a Pemex (aunque la tiene); su discurso simplemente convoca a oponerse a la reforma.
Estamos claros que las dos posiciones tendrán que encontrar acuerdos intermedios si queremos salir del atolladero. Por desgracia hay dos formas de conciliar: la buena y la mala.
La buena, es que se priorice el resultado y que verdaderamente se encuentre una salida positiva que permita sanear Pemex sin afectar las finanzas públicas ni comprometer la soberanía última sobre este recurso del subsuelo. Lo más importante es que la explotación del gas y el petróleo sea compatible con los intereses de largo plazo de sustentabilidad de la economía nacional y el mejoramiento de la vida de todos los mexicanos. Esto no es incompatible con la inversión extranjera siempre y cuando se subordine al interés del país (y allí están ejemplos como el de Volkswagen en Puebla para confirmar tal posibilidad).
La mala modalidad en la conciliación es la que parece estarse abriendo camino. Hacer una reforma con parches en la que los tres partidos salven la cara frente a sus clientelas, neutralicen el conflicto político y simulen que hubo una reforma energética. Lo más probable es que acuerdos de tal naturaleza terminen en chipotes añadidos para permitir la intervención de la IP por la puerta trasera de la letra chica de los contratos. Hacer una reforma que prohíje aparentes cambios para que todo siga igual, es la peor manera de abordar una oportunidad histórica. Tendrían que salir de sus trincheras protagonistas y actores sociales involucrados, sentarse a la mesa con proyectos viables para una mejoría de la paraestatal y apostar por el país y su futuro.
Nada de eso está sucediendo. Mientras, Romero Deschamps sigue riéndose de todos los mexicanos.
@jorgezepedap
Fuente: Sin Embargo