Ahora lo ves, ahora no lo ves

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La vida en el mundo de una superpotencia (o Edward Snowden contra Robert Seldon Lady)

Por Tom Engelhardt/ TomDispatch

Llegó y se fue: es el chiste que circuló en 1979 cuando el ex vicepresidente Nelson Rockefeller, de 70 años, tuvo un ataque al corazón y murió en su casa en Manhattan frente a su asistente de 25 años vestido de noche. En cierto modo se podría decir lo mismo del agente de la CIA retirado Robert Seldon Lady.

Recientemente Lady realizó un milagro de un día. Después de años de ausencia, ¡ale hop!, reapareció de la nada en la frontera entre Panamá y Costa Rica y salió en las noticias cuando los agentes panameños lo detuvieron por una orden de internet. El jefe de estación de la CIA en Milán en 2003 logró una breve celebridad al supervisar una versión à la dolce vita de una “entrega extraordinaria” como parte de la Guerra Global contra el Terror de Washington. Sus colegas secuestraron en las calles de Milán a Hassan Mustafa Osama Nasr, un clérigo musulmán radical y presunto terrorista, y lo entregaron, pasando por bases aéreas de EE.UU. en Italia y Alemania, a las cámaras de tortura del Egipto de Hosni Mubarak. Obviamente Lady viajó de pasajero en esa transferencia.

Sus asociados de la Agencia demostraron que eran incapaces de espiar correctamente. Dejaron tras ellos una pista rastreable de cuentas de hoteles de cinco estrellas y restaurantes, facturas pagadas con tarjetas de crédito falsas y llamados no codificados de teléfonos celulares que fueron rastreados por el Gobierno italiano que los identificó y acusó a 23 agentes, incluido Lady, de secuestro.

Lady huyó de Italia abandonando una villa de millones de dólares, cerca de Turín, destinada a su jubilación (posteriormente se confiscó y se vendió para compensar a Nasr.)

En 2009 Lady fue condenado, in absentia, a nueve años de prisión (posteriormente reducidos a seis). Para entonces prácticamente ya había desaparecido tras admitir en un periódico italiano: “Por supuesto fue una operación ilegal. Pero esa es nuestra tarea. Estamos en guerra contra el terrorismo”.

La semana pasada le detuvieron en Panamá. Fue el equivalente en la vida real a un truco de magia. No estaba en ninguna parte y luego apareció repentinamente preso y en las noticias. Y entonces, de nuevo, ¡ale hop!, ya no estaba. Solo 24 horas después de que el agente de la CIA retirado estuviera tras las rejas, se lo llevaron de Panamá en avión, obviamente bajo la protección de Washington. Y en el aire, volviendo a EE.UU., volvió a desaparecer.

La portavoz del Departamento de Estado, Marie Harf, dijo a los periodistas el 19 de julio: “a mi juicio se encuentra en realidad en el camino de vuelta a EE.UU.” Por lo tanto, posiblemente estaba en el aire de camino a su patria, es lo que sabemos según las informaciones, nada más. Consideradlo la versión de un milagro de la CIA. En lugar de aterrizar, simplemente se evaporó.

Y eso fue todo. Ninguna noticia más aquí en EE.UU.; ninguna otra información de portavoces del Gobierno de lo que le ocurrió, o de por qué el Gobierno decidió sacarlo de Panamá y protegerlo de la justicia italiana. Tampoco, que yo sepa, hubo más preguntas de los medios. Cuando TomDispatch consultó al Departamento de Estado, todo lo que encontró fue un mutismo total: “Parece que un ciudadano estadounidense fue detenido por autoridades panameñas y los funcionarios de inmigración panameños lo expulsaron de Panamá el 19 de julio. Las acciones de Panamá son consecuentes con su derecho de admitir o expulsar de su territorio a los extranjeros”.

En otras palabras, llegó y se fue.

Edward Snowden: Lo contrario de un truco de magia

Cuando recién habían detenido a Lady hubo un pequeño frenesí noticioso y un poco de tensión. ¿Permitirían la extradición a Italia, para que cumpliera su condena, de un agente de la CIA retirado condenado por un crimen grave relacionado con secuestro y torturas? Pero la tensión no pudo aumentar porque (como cualquiera podría haber predicho) Lady tuvo suerte esa semana.

Después de todo, el país que lo había detenido por ese mandato de arresto de Interpol era una verdadera rareza en una Latinoamérica en cambio. Era todavía un aliado de EE.UU., que otrora construyó un canal cruzando su territorio, que había controlado su política durante años y que en 1989 envió a sus militares para volver a modificar esa política. Italia quería que devolvieran a Lady y evidentemente solicitó su entrega a Panamá (aunque los dos países no tienen un tratado de extradición). ¿Pero podría sorprenderse alguien por lo ocurrido o por el papel que Washington obviamente jugó en la decisión de la suerte de Lady? Cualquiera que hubiera prestado alguna atención a la presión global que Washington estaba ejerciendo en una “caza del hombre internacional” para lograr que Edward Snowden, el informante de la NSA al que ya había acusado según la draconiana Ley de Espionaje, volviera a su país, sabría en qué dirección iría Robert Seldom Lady al tomar el próximo avión desde Panamá, y no estoy hablando de Italia.

Pero lo curioso fue que cuando Panamá lo envió hacia el norte, y no hacia el este, no hubo el menor signo de curiosidad en los medios de EE.UU. sobre este hecho o lo que tenía que ver con él. Lady simplemente desapareció. Mientras el Ministro de Justicia italiano “lamentó profundamente” la decisión de Panamá, no hubo, que yo sepa, un solo editorial, indignado o no, en algún sitio en este país cuestionando la decisión del gobierno de Obama de no permitir que un criminal condenado fuera llevado ante los tribunales de un aliado democrático o incluso elogiando el papel de Washington en su protección. Y no estamos hablando de medios sin interés en procesos en Italia. ¿Quién no recuerda la cobertura total del proceso (y “reproceso”) del asesinato de la estudiante estadounidense Amanda Knox en ese país? Para los medios estadounidenses, sin embargo, Lady carecía obviamente del sex appeal de Knox (ni ganaría millones con un futuro relato de su estadía en Italia).

En el mismo período hubo, por supuesto, otro hombre que desapareció como por arte de magia. En el área de tránsito del aeropuerto internacional de Moscú, Edward Snowden descubrió que el gobierno de EE.UU. lo había privado de su pasaporte y estaba decidido a hacerlo volver a Washington por cualquier medio para procesarlo. Eso incluía obligar al avión del presidente de Bolivia, Evo Morales, que volvía de Moscú, a hacer un aterrizaje forzoso en Austria y ser cateado en busca de Snowden.

El informante de la NSA fue atrapado en una especie de tierra de nadie por un Gobierno de Obama que exigía que los rusos lo entregaran o afrontaran las consecuencias. Después de lo cual, durante días, desapareció de la vista. En su caso, a diferencia del de Lady, sin embargo, Washington nunca dejó de hablar de él y los medios nunca dejaron de especular sobre su suerte. Hasta ahora no dejan de hacerlo.

Solo apareció en público una vez desde su “desaparición”, en una conferencia de prensa en ese aeropuerto con activistas por los derechos humanos de Amnistía Internacional y de Human Rights Watch. El Gobierno de EE.UU. rápidamente deploró y denunció el evento como algo “facilitado” u “orquestado” por Moscú, una “plataforma de propaganda”. Y un portavoz del Departamento de Estado incluso sugirió que Snowden, que todavía no había sido condenado por nada, no debería tener derecho a expresarse en Moscú o en ningún otro sitio.

La verdad es que cuando se trata de Snowden, el Washington oficial no puede guardar silencio. Personalidades del Congreso lo han denunciado como “traidor” o “desertor”. El mundo ha sido repetidamente sermoneado desde el púlpito intimidante en nuestra capital sobre cuán necesario para la libertad, la justicia, y la paz global es su regreso y procesamiento. Snowden, parece, representa lo contrario de un truco de magia. No puede desaparecer ni cuando quiere hacerlo. Washington no lo permitirá, ni ahora ni jamás, han dejado claro los funcionarios. Es un requerimiento moral que se enfrente a la ley y pague el precio (ya establecido) de su “crimen”. Eso, en el Washington actual, es lo que se considera una verdad clara como el agua.

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Seldon Lady desaparece

Es una verdad no menos evidente en Washington que hay que proteger a Robert Seldon Lady contra el largo brazo (italiano) de la ley, que es un patriota que cumplió con su deber, que es tarea del gobierno de EE.UU. velar por su seguridad y no permitir que lo procesen jamás, que es el deber de ese Gobierno proteger, no enjuiciar, a torturadores de la CIA que participaron en la Guerra Global contra el Terror de George W. Bush.

Por lo tanto tenemos dos hombres y Washington está convencido de que hay que recuperar a ambos. A uno para que se enfrente a la “justicia”, al otro para que escape de ella. Y todo esto es un hecho, nada que haya que explicar o justificar a alguien en algún sito, ni siquiera por parte de un profesor de derecho constitucional que es presidente. (Por cierto, si alguien hubiera sido acusado de secuestrar a un predicador cristiano fundamentalista estadounidense y presunto terrorista en las calles de Milán y de entregarlo a Moscú o Teherán o Pekín, sería obvio que se trataba de algo totalmente distinto).

Pero no cometáis el error de comparar la posición de Washington en el caso de Snowden y la que tiene con respecto Lady o el de calificar las palabras y las acciones del Gobierno y de Obama de “hipocresía”. No tiene nada que ver con la hipocresía. Simplemente es la definición viviente de lo que significa existir en un mundo de una sola superpotencia por primera vez en la historia. Para Washington, la regla esencial es algo como: hacemos lo que nos da la gana; decimos lo que queremos sobre lo que hacemos; y la candidata a embajadora en la ONU Samantha Powers pasa entonces a sermonear al mundo respecto a los derechos humanos y la opresión.

Esta versión de cómo funcionan las cosas es la norma en Washington hasta el punto de que es poco probable que haya algunos en la capital que vean alguna contradicción entre la actitud del Gobierno respecto a Snowden o respecto a Lady, y es obvio que los medios en Washington tampoco la ven. Su particularceguera, cuando se trata de las acciones de Washington, sigue siendo impresionante, como cuando evidentemente EE.UU. hizo aterrizar el avión del presidente de Bolivia. Aunque fue un acto de una ilegalidad aparentemente obvia, no hubo ninguna información seria, ni investigación cuando se trató de los actos entre bastidores del gobierno de EE.UU., que claramente presionó a cuatro o cinco Gobiernos europeos (uno de los cuales pudo ser Italia) para que se coludieran en ese hecho. Tampoco, semanas después, ha habido ningún seguimiento en los medios estadounidenses. En otras palabras, un acto único en la historia reciente que causó problemas a algunos países europeos e indignó a gran parte de Latinoamérica ha desaparecido sin explicación, sin análisis, sin pronunciamientos de expertos o comentarios editoriales. Indudablemente, en vista de la falta de cobertura sustancial muchos estadounidenses incluso ignoran que ha sucedido.

La historia del afortunado míster Lady ha seguido una trayectoria parecida. Después de haber desaparecido entre cielo y tierra, hasta ahora ha logrado no reaparecer en ningún sitio en la prensa estadounidense. Lo que siguió fue la ausencia de noticias, silencio editorial y extrema indiferencia ante un acto de protección que de otra manera habría parecido una ilegalidad en el ámbito internacional. No se habló en los medios, en el Congreso o en algún otro sitio de la entrega a Italia del criminal condenado, solo de que los rusos deben devolver a un hombre considerado criminal por Washington.

Éste, por lo tanto, es nuestro mundo: una sola megapotencia que ha estado, desde septiembre de 2001, en un frenesí de financiamiento y construcción para crear el primer Estado de vigilancia global; sus torturadores andan libres; sus secuestradores pagan su condena en libertad en este país y los rescata si los detienen en el extranjero; y a sus denunciantes –los que hacen que el resto de nosotros sepamos lo que “nuestro” gobierno hace en nuestro nombre– los crucifica. Así son las cosas.

Todo esto se resume en un modo de vida y en los actos diarios en un mundo con una sola superpotencia. Es una lástima que Alfred Hitchcock ya no esté. Imaginad que éxito sería ahora The lady vanishes (La dama desaparece).

* Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project y autor de The End of Victory Culture”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como de la una novela: “The Last Days of Publishing” y de “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books). Su último libro, escrito junto con Nick Turse es: “ Terminator Planet: The First History of Drone Warfare, 2001-2050 ” .

Copyright 2013 Tom Engelhardt

Fuentehttp://www.tomdispatch.com/post/175729/tomgram%3A_engelhardt%2C_luck_was_a_lady_last_week/#more

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

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