Por Guillermo Samperio
El simbolismo del agua se puede reducir a tres grandes temas: fuente de la vida, medio de purificación y centro de regeneración. Las aguas representan el infinito de lo posible, son el germen de gérmenes, contienen todo lo virtual y lo informal, las promesas de desarrollo y las amenazas de reabsorción.
El Rig Veda exalta las aguas que dan vida, fuerza, pureza. En Asia, el agua es la forma substancial de lo manifiesto, origen de la vida y regeneración corporal y espiritual. Símbolo de fertilidad y pureza, de sagacidad, gracia y verdad. O bien, de lo posible y la transformación, y cambia según las formas que puedan contenerla. “Por el rigor del vaso que la aclara, el agua toma forma”, escribió Gorostiza, el máximo poeta de la modernidad mexicana.
En épocas distantes existían lagos sagrados que el hombre no podía abatir. Todavía en nuestros días encontramos lugares de naturaleza sagrada en el Japón o la India, o sur de México, como en antaño. Lo importante aquí no es que determinada montaña o fuente sean vistas como sagradas, luego inviolables, sino que un fenómeno sea invariablemente el ejemplo de un conjunto de cosas ligadas unas a otras: un orden total de la naturaleza, que posee una importancia vital para una comunidad humana más o menos grande y que expresa una realidad superior, o sobrenatural.
Así, para las antiguas comunidades de Chiapas, el bosque era la base indispensable de su vida material, al mismo tiempo que tenía la función de santuario que acogía presencias divinas. Todo bosque poseía esta cualidad y en este sentido era inviolable. No obstante, como el bosque también tenía fines utilitarios, ciertos espacios se reservaban sólo para el ámbito sagrado; su función era recordar la inviolabilidad de principio y la importancia espiritual del bosque como tal.
La vaca sagrada de los hindúes es un caso similar: en realidad, para ellos, toda criatura viviente es sagrada, inviolable y simbólica, pues según su doctrina toda vida participa del Espíritu Divino. Sin embargo, como es imposible evitar en toda circunstancia dar muerte a criaturas vivas, la ley de inviolabilidad se limitó prácticamente a algunas especies simbólicas, entre las cuales la vaca ocupa un lugar especial como encarnación de la misericordia maternal del cosmos.
Al renunciar a abatir las vacas, los hindúes muestran su veneración, en principio, por toda vida; al mismo tiempo, protegen una de las bases fundamentales de su modo de vida, que durante milenios ha dependido de la agricultura y de la cría del ganado.
Las fuentes sagradas, numerosas en la cristiandad medieval, llamaban la atención sobre el aspecto sagrado del agua como tal; recordaban que el agua es un símbolo de gracia, lo que aparece claramente en el bautismo, o en el mito de la fuete de la eterna juventud. Lo sagrado incluye el temor reverencial al castigo, tarde o temprano: principio eterno y, por ello, indestructible; de ahí la idea de inviolabilidad que no oímos.
Lo mismo sucedía con los minerales. El agua es el principio de la vida, sí, pero dentro de unos años éste será un mundo yermo, el horror sobrepasará las expectativas de la imaginación. Las cifras de la especialista Hernández Corichi son impresionantes: el 70% de la superficie de la tierra está cubierta por agua.
De ella, el 97.5% es salada y sólo el 2.5 es dulce. De esta pequeñísima porción, el 70% del agua se encuentra congelada y el 30 restante se encuentra en la atmósfera, en los cuerpos de agua superficiales y en los acuíferos.
La disponibilidad de agua para consumo humano está limitada a menos del uno por ciento del agua total del planeta. México se encuentra entre los países con más baja disponibilidad de agua. Heráclito decía que no nos podemos bañar dos veces en el mismo río. Si las cosas siguen con el consumo bárbaro, no nos bañaremos ni una vez.
Fuente: Sin Embargo