Por Salvador Camarena
Manuel Mondragón cumplió a cabalidad con la función que para él diseñó Enrique Peña Nieto. Fue el gran legitimador del nuevo gobierno. Y en ese campo, no hay nada qué reprochar al comisionado nacional de seguridad que hoy presentará su renuncia.
“A un presidente no se le dice que no”, cuentan que fue la frase con la que Mondragón se despidió de Marcelo Ebrard, su exjefe, cuando éste le dijo que no se fuera al gabinete federal, que no arriesgara el diez de calificación que ya tenía en la bolsa como secretario de seguridad de la capital en una asignación cuyo control no tendría.
Mondragón dejó el DF y se integró a un equipo donde a pesar de las deferencias que recibió de parte del presidente –que le dispensó un trato de secretario de Estado– su labor no pudo replicar los resultados que tuvo en la capital. Y eso fue porque era imposible que tal cosa ocurriera.
Primero, porque Mondragón no fue el artífice de la cacareada seguridad pública de la capital. El encargado de eso en el sexenio pasado era el mismísimo Ebrard, quien tuvo en Mondragón a una figura clave para 1) dotar a la tropa policiaca de un orgullo que buena falta le hacía, y 2) para impulsar una agenda mediática que vendió, y muy bien, la idea de una ciudad segura. En ese apartado, tanto Mondragón como el entonces procurador Miguel Ángel Mancera se destacaron como grandes publirrelacionistas con los medios.
Eso fue lo que compró Peña Nieto: un publirrelacionista. Y no uno cualquiera, sino uno que intentaría vender una imagen de eficacia tanto hacia el interior como hacia el exterior de las instituciones. Pero las cosas no funcionaron por al menos tres razones.
Hacia el interior de la PF. Los policías federales tienen una escuela muy distinta a la que poseen los uniformados capitalinos. El estilo de Mondragón –de jefe estricto pero cariñoso, vociferante pero de gestos de camaradería, pero al final de cuentas caótico y poco metódico, anticuado pues–, no es el óptimo para un cuerpo que debe funcionar de manera estratégica, no en montón como la policía capitalina.
Por si fuera poco, Mondragón tardó tiempo en adoptar a la Policía Federal como propia, en concordancia con el recelo con que el gobierno de Peña Nieto vio desde el principio a la PF, demasiado identificada según la nueva administración con su exjefe Genaro García Luna.
Hacia el interior del gobierno no funcionó por el estilo protagónico de Mondragón, que chocaba con la minuciosa disciplina formal que a Peña Nieto le gusta imprimir a sus equipos. Por ejemplo, hace un año cuando ocurrió la explosión en la torre administrativa de Pemex, el mismo presidente tuvo que ponerle un alto en una reunión por esa emergencia. La característica vehemencia del doctor interfería con la búsqueda del mandatario por establecer una estrategia en medio del caos.
Más allá del estilo personal de Mondragón, su falta de conocimiento de lo que era y podía hacer la Policía Federal, contribuyeron a que el gobierno se extraviara en la discusión de hacer o no la Gendarmería, promesa de campaña del presidente que sin embargo ha quedado rebasada por la realidad.
Finalmente, Mondragón no pudo repetir su éxito como publirrelacionista hacia el exterior del gobierno porque México no es el DF (a nivel nacional la violencia es dispersa, de variada índole y con expresiones de barbarie que en la capital no se ven) y en contraste a eso, el comisionado ofrecía entrevistas y declaraciones sus afirmaciones que resultaban vagas y sin sustento, como cuando él y sus colaboradores cayeron en contradicciones sobre la fecha de presentación de la Gendarmería (uno de sus hombres afirmó que ese cuerpo policíaco debutaría en el desfile del 16 de septiembre pasado, lo que obviamente no ocurrió). Por tanto, el discurso quedó rebasado por la realidad.
Ahora, el doctor Mondragón saldrá del gobierno, pero si quisiéramos hacer un balance respecto a su aportación a la seguridad del país durante su breve gestión tendríamos el problema de que, salvo ser un publirrelacionista y de haber servido para legitimar de arranque al nuevo gobierno, por venir de un gobierno de izquierda, nunca supimos realmente qué pretendía Mondragón, además de nunca decirle no al presidente.
Fuente: Sin Embargo