Todos los periodistas tienen un agenda, lo importante es que sea explícita para todos. La “objetividad” es justamente un perfecto disfraz para estas agendas. La etiqueta de “activista”, con esa connotación de “indeseable”, trata de perjudicar la labor de periodistas, bloguers y comunicadores que asumen públicamente su temas. Además, sugerida desde los medios, esta etiqueta refuerza la idea de que los activistas no son necesarios o que resultan un estorbo.
Por Antonio Martínez
Cada tanto se reactiva una discusión en el periodismo moderno: el periodismo no es activismo. La polémica desatada por Donald Trump al sacar al periodista Jorge Ramos de una conferencia de prensa, suscitó –además de la inaceptable intolerancia del republicano— un interesante debate alrededor de Ramos y en particular del resto de los periodistas que, impávidos, prefirieron voltear a otro lado y no solidarizarse con su colega.
Uno de los periodistas del sitio Politico, Marc Caputo, y el fundador de The Intercept, Glenn Greenwald, sostuvieron una conversación al respecto. Para Caputo el sesgo de Ramos entorpece la actividad periodística; para él es inaceptable que el periodista de Univisión se tome la noticia personal, avance una agenda y, en última instancia, se convierta en un activista. Greenwald ha sido por varios años defensor de la postura contraria: el periodismo, fundamentalmente, es un contrapeso del poder y su agenda más esencial está en convertirse en su adversario. Esta misma idea está detrás del medio que fundó Greenwald tras su participación en el caso Snowden.
En el diario El Club de Prensa, corresponsales de distintos medios discutieron el tema; en general estaban de acuerdo con la relevancia de las preguntas de Ramos, pero “su mal comportamiento” parecía hacerles ruido. Como si el periodismo fuese un asunto de etiqueta más que de búsqueda de interpretación de la realidad; como si hacer preguntas no constituyera la esencia del ejercicio periodístico.
La objetividad en el periodismo es una invención reciente. Cuando las agencias de noticias se globalizaron y entraron a la dinámica del mercado, era necesario no ofender a clientes potenciales. Así, las corporaciones noticiosas establecieron un tipo de canon periodístico que responde exclusivamente a las reglas del mercado. Internet, cuya primera consecuencia fue la desaparición de los intermediarios para publicar, ha restituido poco a poco el papel adversarial del periodismo. La última ola de medios digitales en el mundo dan cuenta de esto: son medios con agenda explícita, en muchas ocasiones hiperlocales, donde quién consume también produce la información, multiformato y editados ferozmente para intervenir la conversación pública; de The intercept, vice news y Aj+ a mic, vox o El Faro, ejemplos sobran de medios que desafían el paradigma comercial de la objetividad.
Que los medios tengan agendas explícitas y sesgos transparentes a los lectores no significa que “el periodismo muera lentamente”, todo lo contrario. Los medios objetivos no tienen mucho trabajo que copiar boletines gubernamentales o empresariales y hacer un par de investigaciones anodinas, además de contar con un enorme departamento de relaciones públicas. Los medios “no objetivos” tienen que: 1) asumir públicamente compromisos éticos con los lectores, 2) tener un gran trabajo de planeación editorial más allá de la coyuntura, y 3) estar constantemente abiertos a réplicas, polémicas y constante actualización de las notas.
Todos los periodistas tienen un agenda, lo importante es que sea explícita para todos. La “objetividad” es justamente un perfecto disfraz para estas agendas. La etiqueta de “activista”, con esa connotación de “indeseable”, trata de perjudicar la labor de periodistas, bloguers y comunicadores que asumen públicamente su temas. Además, sugerida desde los medios, esta etiqueta refuerza la idea de que los activistas no son necesarios o que resultan un estorbo.
Más preocupante resulta, como indica J. Jaime Hernández de El Universal, la idea de vincular algo que llama “decoro” con el ejercicio periodístico. Esta noción de “portarse bien” frente al político es dañina para el periodismo. La consecuencia de esta concepción son políticos como Trump o Manlio Fabio Beltrones, intocables, aplaudidos por una prensa que ve en ellos grandes políticos o rentables payasos para el reality show. Una prensa que no “cuida las formas” debería de estar preguntando sobre el racismo de Trump o seguir investigando sobre los posibles nexos de Beltrones con el crimen organizado.
Todos los días hay un ejemplo similar al de Jorge Ramos en el país. Hace unos días, por ejemplo, Inés García, del Semanario Zeta, fue retirada por un militar cuando intentaba cuestionar a la procuradora sobre Ayotzinapa. Hace poco el gobernador de Guerrero, Rogelio Ortega Martínez, comenzó la persecución del periodista Ezequiel Flores, quien investiga posibles actos de corrupción del gobernador. Así podríamos seguir con los ejemplos y muchos periodistas, como en la sala de prensa de Trump, se quedan como testigos mudos de los hechos.
Si las dos rutas para pensar el periodismo actual son pensarlo como una manera de relaciones públicas (la objetividad) o como una forma de contrapeso al poder (el llamado periodismo/activismo), me quedó con la segunda.
Fuente: Animal Político