Por Bernardo Barranco V.
Se habla que, además de los problemas de salud, la posición de Papa era cada vez más vulnerable ante las intensas luchas grupales en el interior de la curia vaticana. Que la atmósfera precónclave se vive desde hace más de un año. Como relató el cardenal de Palermo, Paolo Romeo, quien filtró en un documento confidencial que el Papa estaba muy solo, con discrepancias fuertes con su secretario de Estado Tarciso Bertone, incluso llegó a vaticinar que moriría en noviembre de 2012. Estas revelaciones fueron objeto de un escándalo mayúsculo, pues fueron presentados en la televisión italiana.
Este desorden que priva en el Vaticano pone de manifiesto el evidente desgaste del consenso conservador que colocó a Benedicto XVI en la silla pontifical en 2005. El pacto que llevó a Joseph Ratzinger al trono de San Pedro se ha fracturado y se están realineando fuerzas, sobre todo frente a un Papa que venía acarreando no sólo problemas de debilitamiento físico, sino de estado de ánimo. Por ejemplo, se decía en los corrillos vaticanos que la falta de lealtad de su mayordomo Paolo Gabriele, al filtrar a la prensa sus documentos clasificados, le había causado una profunda depresión.
Los censos más recientes de Brasil, el país con mayor número de católicos en el mundo, muestran una profunda caída, a porcentajes de 68 por ciento. En México, segundo país en ese renglón también cayó en los recientes 10 años; es decir, se redujo 4 por ciento. El censo de 2010 revela que hay en nuestro país poco más de 20 millones de personas no católicas. Centroamérica es una zona de desastre católica, pues apenas alcanza 50 por ciento ante el inevitable crecimiento de los diferentes grupos evangélicos. Muchos factores se explican no sólo frente a la crisis de pastoralidad, sino a los escándalos de pederastia clerical que explican la fuga de fieles de la Iglesia católica. Otro motivo es la estructura rígida que ha mantenido la Iglesia en sus principios y doctrina. No ha querido otorgar ninguna apertura ante la sensibilidad de la cultura moderna. Más bien se ha encerrado y es poco accesible a las demandas de mayores espacios a las mujeres, ser más benevolente ante los homosexuales, más compasiva ante las nuevas formas de pareja y más abierta a las prácticas de la sexualidad. Sobre todo las mujeres sienten en el catolicismo una amenaza para su cuerpo y su libertad. Predominan el reproche, la culpabilización y el chantaje hacia nuevas prácticas de la sociedad, y eso explica el éxodo de fieles hacia otras ofertas religiosas que aportan una flexibilidad mayor a su sensibilidad.
No hay sorpresa absoluta en el anuncio de su renuncia. El Papa ya lo había advertido en la entrevista Luz del mundo al periodista Peter Seewald, en 2010. La Iglesia no se puede llamar sorprendida cuando en el cónclave de 2005 eligió a un pontífice anciano, un Papa de transición, se decía entonces. Quedan, sí, situaciones inéditas en la historia moderna de la Iglesia, como la coexistencia de dos papas, uno en retiro o emérito y otro en funciones. Veremos muy pronto un cónclave con un Papa vivo saliente que puede incidir consciente o involuntariamente en la designación de su sucesor. El cónclave ya está operando y muy seguramente los grandes personajes del Vaticano, los cardenales con liderazgos, los diferentes grupos han empezado el cabildeo y sondeos para llegar a pactos y acuerdos que lleven a la entronización al futuro sucesor. Hay seguramente en este momento un fluido e intenso intercambio entre los vasos comunicantes de la Iglesia católica de actores que pactan, acuerdan, ofertan y demandan.
La agonía tan larga de Juan Pablo II, con una fe heroica, posibilitó que los diferentes grupos llegaran a un pacto casi unánime de elegir a su sucesor. Eligieron a Ratzinger por la continuidad y su potencia intelectual. Ahora Benedicto XVI, con su renuncia súbita, abre para un proceso inesperado un periodo de discernimiento sobre los grandes proyectos para una Iglesia sacudida y vulnerable. Oportunidad para que se asuman las grandes directrices del Concilio Vaticano II, en la letra como en el espíritu, de apertura a los nuevos desafíos. Hay una oportunidad de un nuevo aggiornamento, a condición de que los cardenales sean más sensibles y humildes ante los requerimientos de lograr una nueva síntesis cultural del catolicismo con las exigencias de las sociedades contemporáneas.
¿Habrá este salto? Lo dudamos.
Fuente: La Jornada