El sueño de un crecimiento fuerte ha vuelto a desvanecerse para México. El gran objetivo que perseguían las reformas de alcanzar un 5% de aumento del PIB ha quedado relegado al baúl de las ficciones. La realidad, tal y como la comprende el Banco de México, es mucho más pedestre: la subida del PIB se balanceará este año en una horquilla situada entre el 2% y el 3%. Un pronóstico frío, muy similar al del año anterior y que surge, para desesperación de los estrategas del presidente Enrique Peña Nieto, de un recorte de medio punto en las previsiones. Y no es el primero. En los tres últimos años prácticamente todos los cálculos se han ido rebajando a medida que entraban en liza con los hechos.
El resultado de esta cadena de desengaños ha sido la pérdida del optimismo, casi triunfal, con que Peña inauguró su mandato y planteó su paquete de reformas estructurales. Ya aprobadas, ninguna ha logrado devolver el calor a la economía. Incluso la de mayor calado, la apertura energética, que ponía fin al monopolio del petróleo, se ha topado con un inesperado enemigo: la caída del precio del barril.
En un Estado que obtiene el 30% de sus ingresos de la renta petrolera, el descenso del crudo ha generado un inusitado estrés en las cuentas. La respuesta ha sido el ajuste. El primer recorte (0,7% de PIB) ya se anunció en enero y afectó con especial virulencia a las inversiones públicas, uno de los vectores clásicos de la reactivación económica. Pero la tijera no ha dejado de operar. En su informe trimestral, el banco central insiste en que este proceso aún “debe consolidarse”. El invierno, por tanto, continuará en 2016, año para el que también se han podado las previsiones de crecimiento hasta dejarlas entre el 2,5% y el 3,5%.
El otro gran agentes causal del enfriamiento es la falta de dinamismo del gigante del norte. La actividad en el primer trimestre de Estados Unidos, país que absorbe el 80% de la exportaciones mexicanas, ha decepcionado, en parte por el mal tiempo, pero también por la apreciación del dólar. El efecto ha sido una “pérdida de dinamismo” de la demanda externa de México, que el incipiente repunte del consumo interno no ha logrado mitigar.
En este cuadro, el gran éxito de México ha sido mantener la inflación baja y estable (en torno al 3%). La consecución de este objetivo, logrado en un entorno de alta volatilidad financiera y depreciaciones generalizadas, muestra su fortaleza macroeconómica. Esta estabilidad se ha erigido en los últimos años en una de sus grandes señas de identidad, sobre todo, en contraste con el continuo infarto venezolano (la mayor inflación del mundo), o los escenarios recesivos de Brasil y Argentina. Esta robustez es posiblemente la principal nota positiva que aporta en su análisis la entidad que dirige Agustín Carstens, un respetado gobernador que en diciembre abandonará su puesto y que es considerado un candidato fuerte para el Fondo Monetario Internacional.
El resto son incógnitas. En especial, la vuelta al crecimiento fuerte, necesario para lichar contra la mayor lacra de México: la pobreza. “El tirón sólo se alcanzaría con una subida de los precios del petróleo, pero esto es algo que no se ve a corto plazo. Como tampoco un salto de la economía estadounidense lo suficientemente potente como para detonar la mexicana”, sostiene el profesor-investigador del Colegio de México, Gerardo Esquivel. A la espera de que alguno de estos vectores mejore, el horizonte se mantendrá monótono y frío este año y el siguiente. México, de momento, aplaza su sueño.
Fuente: El País