Por Luis Javier Valero
Invariablemente, por las características de las visitas de Enrique Peña Nieto al estado de Chihuahua, siempre viene a la mente la pregunta del encabezado.
La realizada el día de ayer a la capital del Estado rompe con todos los antecedentes. Por desgracia no es para bien.
La hizo en uno de los peores momentos del sexenio; en medio de otra tormenta mediática en su contra desatada, ahora, alrededor de dos de las figuras más cercanas al mandatario y generada por ellos. Nada más, pero nada menos que por el secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong; y el subsecretario de Gobernación, Luis Enrique Miranda, amigo de la infancia e integrante del equipo de Peña Nieto desde los primeros tiempos.
¿Qué motiva a un mandatario a viajar tres horas –ida y vuelta a la ciudad de México– para permanecer solamente 45 escasos minutos en el lugar de la inauguración de una obra, por más importante que sea ésta y, además, en medio de la “veda” electoral?
¿Para qué derrochar tantos recursos económicos y humanos en la inauguración del Libramiento Oriente de la ciudad de Chihuahua?
No hay discusión acerca de la importancia de la obra, pero, ¿por qué no simplemente ordenar su apertura y, luego, en una nueva ocasión, inaugurarla, y en esa visita conjugar distintos eventos en los cuales el presidente esté empeñado en intercambiar puntos de vista e información, no sólo con los mandatarios locales, sino, fundamentalmente, con la sociedad, esa a la que en sus visitas, de manera reiterada, no escucha?
Seguramente que el tiempo empleado en viajar no fue desperdiciado –eso quisiéramos, fervientemente, creer–, la agenda presidencial pudo incluir conversaciones con quienes resolvió distintos asuntos. Eso se quiere creer.
Más aún, si los gobernantes están impedidos en hacerle propaganda a la nueva vialidad, ¿qué objeto tenía hacer la ceremonia en estas fechas si no iban a poder presumirla? ¿O será que su partido sí lo hará en el curso de la campaña?
Y es una vialidad extremadamente importante, tanto para el tráfico de carga, como para el turístico y para la ciudad ya que le ahorrará cantidades inmensas en el mantenimiento de la carpeta asfáltica de las vialidades usadas por los vehículos que debían cruzar la ciudad de norte a sur, y viceversa; además del ahorro, para los viajeros, de mucho tiempo, algo que agradecerán los cientos de miles de paisanos que cruzan la entidad en las épocas vacacionales.
Importa detenerse en tales asuntos porque, conforme pasan los días crece la sensación de que estamos frente al grupo gobernante más insensible que tengamos memoria haber padecido. Pareciera que están presos en el pasado, no se dan cuenta de que los actos escenográficos, como el escenificado ayer en la capital chihuahuense, se quedan en eso, en escenografía pura.
Con una pequeña diferencia respecto del pasado: la gente ya no los cree. O sólo lo hace un porcentaje infinitamente inferior.
Pero los actos escenográficos son el menor de los problemas, el asunto de las casas del presidente Peña, del secretario Videgaray, del secretario Osorio y del subsecretario Luis Enrique Miranda Nava, develan cosas peores: la naturalidad con la que se toman tales funcionarios (y muchos más) su enriquecimiento y la recepción de los favores de los contratistas y proveedores de sus gobiernos.
Además, enerva la doble moral, la hipocresía y las chicanadas que realizan para semiocultar sus riquezas (que, al hacerlo develan su carácter, por lo menos, inmoral y en algunos casos ilegal).
No es mía la finca, la casa, la propiedad, o lo que sea, casi claman, es de mi esposa. Pero que en el caso de Osorio, su esposa es la Directora General del DIF y recibe un estipendio de poco más de 180 mil pesos mensuales.
Y la sombra de las complicidades, del “acompañamiento” de empresarios y políticos se revela en toda su majestuosidad. Osorio Chong pertenece a la casta que ha gobernado el estado de Hidalgo durante un siglo. A esa élite pertenece la familia Sosa, las que el desaparecido Miguel Ángel Granados Chapa llamó “La Sosa Nostra”.
Pues bien, el contratista favorito de Osorio, el ex gobernador de Hidalgo es Carlos Aniano Sosa Velasco, por puritita casualidad propietario de la casa que pretende “comprar” por medio de su esposa. Pero la casa que habitaban previamente –en Bosques de las Lomas– también le pertenecía a Sosa Velasco.
Tienen su historia las casas. La de Osorio le perteneció a Patricia Flores Elizondo –jefa de la Oficina de la Presidencia de la República con ¡Felipe Calderón!– quien la había adquirido en algo así como 9 millones de pesos y la vendió a Sosa en 17. La casa está valuada en 52 millones de pesos.
La otra casa, la previa, también la compró Sosa. Esta, a Roberto Alcántara, propietario de varias de las empresas más importantes de transporte foráneo y de Viva Aerobús.
La casa de Luis Enrique Miranda es otra historia. A ella regresaremos.
Todas las casas están en el mismo “barrio”.
Y así se atreve Peña Nieto a viajar.