Por Denise Dresser
El PRI llega a los 85 años conjugando el verbo “regreso”. El PRI celebra su aniversario dándose palmadas en la espalda. No es un partido dividido –como su oposición– sino un frente unido. No pelea contra sí mismo sino contra los competidores externos. Si durante años estuvo atrapado en una guerra intestina, ahora promueve la paz disciplinada. Mientras en el PAN se atacan unos a otros, se persiguen unos a otros, se matan unos a otros. Mientras en la izquierda aún no saben qué hacer con Andrés Manuel López Obrador. Atrapados en una batalla sin fin, los panistas y los perredistas y lopezobradoristas prefieren destazar al prójimo antes que salvarse a sí mismos. Y ante ello, el PRI regresa, vuelve, se atrinchera.
El PRI llega a los 85 años sabiendo para qué existe y por qué debería hacerlo. Para quedarse. Para que no lo vuelvan a sacar de Los Pinos en una generación. Durante décadas funcionó como una organización multiclasista con la capacidad de ser todas las cosas para toda la gente. Y vuelve a serlo. Con reformas para el círculo rojo y dinero para el círculo verde. Con reformas que van en contra de sus raíces nacional-revolucionarias y con recompensas clientelares para la coalición que sigue siendo. Revigorizando al partido y relegitimándolo. Siguiendo la narrativa del salinismo. Un partido que es neoliberal y neopopulista al mismo tiempo. Un partido que ha reconquistado el poder y va a usar la mayor cantidad de dinero posible para retenerlo.
El PRI llega a los 85 años con la disciplina renovada y el orden que asegura. Al igual que durante décadas, los priistas obedecen al presidente porque los costos de no hacerlo serían los mismos que ha pagado Elba Esther Gordillo. Obedecen también por los beneficios que entraña: un puesto, una candidatura, una silla en el Senado. Hoy los priistas tienen incentivos para obedecer porque hay en la Presidencia alguien que puede ofrecer. El PRI de nuevo está en la posición para repartir puestos y asegurar que los priistas lleguen a ellos. La supervivencia política personal coincide con la lógica del fortalecimiento del partido a nivel nacional. Supera las divisiones que parecían insuperables en la era de Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo y Beatriz Paredes. Somete incluso a los cacicazgos estatales al liderazgo fuerte en el centro…
El PRI llega a los 85 años con una estrategia electoral clara. Gastar. Gastar. Gastar y seguir gastando. Por ello la expansión del défict. Por ello el endeudamiento gubernamental. Por ello la falta de proyectos de infraestructura prometidos. El PRI está llenando su arca, alimentando su cochinito, preparándose para las próximas contiendas electorales, preparándose para no perderlas. Actúa como lo hizo durante tantos años: en vez de renunciar al clientelismo, le apuesta a más de lo mismo: el voto comprado, el voto inducido, el voto determinado por el dinero que puede tomar de las cuentas públicas. Actúa como lo hizo durante el periodo de Carlos Salinas, mostrando la cara modernizadora a la revista Time y la cara corporativa a su base electoral.
El PRI llega a sus 85 años apostándole al pequeño priista que tantos mexicanos llevan dentro. Décadas de priismo que parieron mexicanos apáticos y electores cínicos. Décadas de priismo que crearon una población que no sabe cómo indignarse ni frente a qué hacerlo. Décadas de priismo que institucionalizaron una forma de hacer política que los otros partidos emulan, y que el escándalo de Oceanografía-Pemex sólo constata. El peor legado del PRI es una cultura de tolerancia frente a los errores del poder, una cultura de pasividad frente a sus penurias, una cultura de complicidad frente a sus abusos, una cultura de ciudadanos que no saben cómo serlo.
El PRI llega a sus 85 años controlando la mayoría de los estados, como fuerza mayoritaria en las legislaturas locales, con una fuerza que ningún partido de oposición tiene. Con un poder recentralizado. Con un poder formalmente compartido pero que el PRI comienza a ejercer cada vez más solo. Con gobiernos estatales y municipales rendidos y agradecidos por la condonación del pago del ISR. Con un federalismo otra vez menos combativo, menos exigente, menos independiente. Con gobiernos subnacionales ocupados por la vieja guardia, desde donde minan la larga lucha en torno a la limpieza electoral, los derechos humanos, el clientelismo, la opacidad. Los priistas están usando sus archipiélagos autoritarios en la periferia para asegurar la permanencia en el centro.
El PRI llega a sus 85 años sin lavarse las manos, modernizándose en el discurso reformista pero no encarando la corrupción que lo caracteriza. El partido de trapacerías tras bambalinas sigue allí. El partido de la corrupción compartida sigue allí. Como escribiera Duverger: “De la misma manera en la que los hombres conservan durante toda su vida las huellas de su niñez, los partidos políticos sufren profundamente las huellas de sus orígenes”. Y por ello el PRI como forma de vida persiste. Por ello demuestra una tolerancia selectiva con la impunidad, consagrada con figuras como Arturo Montiel y Humberto Moreira y Carlos Romero Deschamps. Por ello subiste la práctica ilegal de usar programas sociales para comprar votos. Por eso los priistas insisten en gastar sin rendir cuentas por ello.
El PRI llega a los 85 años con contrapesos incipientes. Un electorado básicamente urbano con una capacidad creciente de comunicación y organización. Una población mayoritariamente joven que logra organizarse políticamente, como lo hizo –aunque de manera efímera– el movimiento estudiantil #YoSoy132. Una sociedad mexicana que está, poco a poco, aprendiendo a resistir y a denunciar y a exigir y a clamar. Que está aprendiendo a rechazar el legado de la herencia autoritaria. Que está aprendiendo a denunciar el regreso de un autoritarismo reciclado. Que no está dispuesta a desandar el camino andado. Que no quiere conformarse ya con la involución indeseable pero posible. Que ya vivió 85 años con el PRI y en sus manos está que no sean 85 más.
Fuente: Proceso