No tienen la visibilidad de los hombres. No son precisamente las que ocupan los micrófonos ni atraen las grabadoras de los periodistas, ni los titulares de los diarios o las tendencias de las redes sociales. Pero ahí están, con un bajo perfil público, codo a codo con sus compañeros normalistas.
Por Tatiana Maillard/ EmeEquis
Alicia no olvida la noche del 26 de septiembre. Las estudiantes de la Normal Rural de Saucillo celebraban la bienvenida a las alumnas de nuevo ingreso. Avanzado el festejo, cuando iniciaba la madrugada, comenzaron a recibir mensajes en Whatsapp: “Atacaron a los alumnos de Ayotzinapa en Iguala”.
La información fluía en pocos caracteres: que había tres personas muertas, que no había claridad sobre cuántos estudiantes habían sido detenidos por la policía municipal, que no se sabía más de ellos.
“¿Qué se siente? Angustia e impotencia”, se pregunta y se responde Alicia. Alicia es una de las mujeres normalistas que la tarde del 20 de noviembre marcha por avenida Reforma y suma su voz a la de otras como ella. Voces, casi infantiles, que se entrelazan hasta formar un coro agudo, en tonado. Y la voz pregunta, sin dejo de inocencia: “¿Por qué nos asesinan?”.
Las voces y las consignas son de las estudiantes de primer y segundo años de la Escuela Normal Ricardo Flores Magón, en Saucillo, Chihuahua. Una decena de jóvenes menore de 20 años que marchan este 20 de noviembre sobre Reforma, como también lo hacen los estudiantes de Ayotzinapa, los padres de los 43 desaparecidos, los alumnos de la UNAM y el Politécnico, los de la Universidad Autónoma Metropolitana, los de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, los de decenas de escuelas más.
Al frente de este compacto grupo de la normal de Saucillo aparece Belem Velázquez, de segundo año, puño izquierdo en alto. Gira su cuerpo hacia las compañeras que vienen detrás de ella, sin dejar de caminar, las mira a los ojos con el ceño fruncido, la boca abierta desmesuradamente para dejar salir la pregunta que es consigna, herencia de otras marchas, de otros movimientos, de otras décadas: ¿Por-qué? ¿Por-qué? ¿Por qué nos ase-si-nan, si so-mos la es-pe-ran-za de Amé-ri-ca La-ti-na?”.
La pregunta no pierde vigencia. Sobran las razones para dolerse, para enfurecerse. La tarde del 20 de noviembre las muchachas caminan rumbo al Zócalo. Lejos de sus escuelas y a punto de caer la noche, Belem, Alicia y Noemí van desarmando sus motivos, sus razones, fragmentos de sus historias y de cómo han formado parte de este momento.
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La misma noche, una vez terminado el mitin que siguió la marcha, partieron a Ayotzinapa. Ahí permanecieron hasta la mañana del domingo 23, cuando la mayoría de las chicas emprendió el viaje de regreso rumbo a Chihuahua. Si bien la normal de Saucillo ha tenido algunos días de paros de labores en solidaridad con la de Ayotzinapa, las actividades no se han interrumpido por completo. Las únicas que se quedan en Guerrero cuando llega la tarde del domingo son las estudiantes de segundo año: Noemí Rodríguez, Alicia Chacón y Belem Velázquez. Qué diferente luce el rostro de Belem cuando sonríe. Este día no hay necesidad de adoptar un gesto de hierro, una mirada desconfiada, un puño cerrado alzado al aire. Las tres se comportan como lo que son: chavas de 20 años que bromean entre sí y liberan los gestos. El Horror, en mayúsculas, ocurrió hace dos meses, pero en este momento se relajan.
Oriunda de Delicias, Chihuahua, Alicia es pequeña de estatura, posee unos ojos verdes enmarcados por pestañas esculpidas a base de capas de rímel. Sonríe mucho, habla en tonos agudos y acelerados, y viste jeans y playera tipo polo. Su aspecto no es precisamente el de una guerrillera. Y cuando menciona que una de las acciones que ella y sus compañeras emprendieron fue soltar globos blancos durante una manifestación “como símbolo de esperanza”, uno piensa que entre esta estudiante de 20 años y alguien que decide tomar las armas para combatir al gobierno existen notables diferencias.
Esta es la segunda vez que Alicia visita la normal de Ayotzinapa en comisión de apoyo. Aquí, las labores de las estudiantes han consistido en cumplir guardias, atender los módulos de producción (el cuidado de la huerta y de los animales) y ayudar en las tareas de limpieza de las áreas comunes. Ni a Alicia, ni a Noemí ni a Belem les molesta realizar las actividades con las que apoyan. “Como mujeres, los compañeros no nos arriesgan en actividades fuertes”, dice Belem, aunque sabe que ellas no son ningunasn “suavecitas”. Ahí están los ejemplos: el 19 de octubre bloquearon el puente internacional de Ciudad Juárez y durante la marcha de la Ciudad de México, se les podía ver con pancartas en las manos coreando los lemas que son parte de la identidad de las normales rurales, que recuerdan y festejan a las figuras de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. Las consignas aclaran que los normalistas no son guerrilleros, ¡sí señor!, pero pronto lo seremos, ¡sí señor!; hablan de represión y explotación, exigen el cumplimiento del artículo tercero (sobre el derecho a recibir educación laica y gratuita), ¡sí señor!; y también del sexto (sobre la libre manifestación de las ideas), ¡sí señor!.
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La normal rural de Saucillo funciona como un internado de mujeres desde hace 83 años. Tiene su prestigio. Se lo ha ganado. Sus alumnas destacan en los exámenes generales de conocimiento, y este año 85 por ciento de sus egresadas obtuvieron buenos resultados en el concurso de oposición por las plazas docentes. Algunas de las estudiantes provienen de familias de campesinos y obreros. Noemí, por ejemplo, es hija de empleados de maquiladora. Sus abuelos fueron maestros rurales. Decidió ser maestra a los 15 años. “Mis padres no podrían pagarme una educación privada”, asegura.
Ella tiene dos hermanos más chicos, quienes le han comentado que sus padres les brindan más dinero para sus gastos desde que ella ingresó a la rural. “¡Les dan 50 pesos! Imagínate”, exclama con los ojos abiertos y la boca empequeñecida en un gesto de asombro. “¡A mí nunca me dieron tanto! Dicen mis hermanos que el dinero rinde mejor desde que estoy aquí”. Los padres de Belem, en cambio, son campesinos. Si bien saben leer y escribir, sus abuelos no aprendieron hasta que ella misma les enseñó cuando había cumplido 14 años. Le gusta la sensación que despierta en ella enseñara quienes desconocen algo. “Es satisfactorio ayudar”, dice escuetamente, con seriedad de hierro. Ya había logrado que dos adultos mayores aprendieran, así que decidió enseñar a los chicos.
Una de las ambiciones de Alicia era estudiar medicina. Su madre, quien es empleada en una sucursal de la cadena Elektra, le habló con honestidad: la familia no podría costear la carrera; en cambio, le hizo una propuesta: que estudiara para ser maestra, trabajara, generara sus propios recursos económicos y, entonces sí, que se pagara ella misma su carrera. Alicia ingresó a la normal sin estar muy convencida de querer dar clases.
Ahora que cursa el segundo año, dice que no está mal, que le gusta. Pero el inicio no fue fácil. Antes de que ingresar a las clases formales, las alumnas reciben un curso de inducción, impartido por alumnas de grados mayores. La novatada no se caracteriza por ser tersa. Noemí lo explica así: “Te enseñan a valorarlo que tienes, o las cosas que has tenido en tu hogar”. Algunas alumnas desertan después de la inducción. “Hay quien no está acostumbrada ni a tender su cama, y aquí hay que hacer de todo, hay que trabajar el campo.
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Cuando cursaba el bachillerato, a Noemí no le simpatizaban los manifestantes. Antes de ingresar a la normal, Belem pensaba que “las cosas en el país estaban bien”. En los tiempos en que vivía con su madre, Alicia nunca se cuestionaba la explotación laboral a la que era sometida. Si uno les pregunta a las chicas si han cambiado en estos dos años, asienten con una convicción a prueba de dudas. Hablan de la represión del gobierno, de las mentiras difundidas en medios de comunicación, del poder de la Iglesia sobre los creyentes, asuntos de los que, comentan, han tomado conciencia a partir de que forman parte del alumnado de la normal.
“Para mí fue difícil cuando, en los círculos de debate, las muchachas de grados superiores nos decían a las de nuevo ingreso cosas como que Dios no existe”, comparte Alicia. “Muchas de las chicas vienen de familias creyentes. Y de pronto, te encuentras con otra versión de las cosas, que no es la que te enseñaron en casa”.
“Aquí te enseñan a ser independiente, a resistir”. Resistencia es una palabra que brota con frecuencia de los labios de Noemí. Las dificultades que enfrentan los estudiantes varían dependiendo de la normal rural a la que asistan. “Desde hace tiempo quieren desaparecer las normales rurales”, se queja Belem. A veces se logra, como ocurrió con la Normal Rural El Mexe, en Hidalgo, hace seis años.
Pero Saucillo se cuece aparte. Las estudiantes asumen que su normal es respaldada por sus satisfactorios resultados académicos. Pero saben que eso no las exime del riesgo. “No porque la nuestra sea una escuela de buenas maestras significa que esté exenta de ataques”. Alicia menciona uno: en agosto de este año, en la columna anónima Ráfagas, de El Heraldo de Chihuahua, se publicó que en la normal se ejercía la prostitución. Reaccionaron. “Las alumnas y autoridades del colegio redactamos un desmentido”. Hay escenarios que les preocupan. Por ejemplo, que la normal dejara de funcionar como internado.
“El internado no es conveniente (para quienes cuestionan el modelo), porque facilita que nos
organicemos entre nosotras. Si bien es una normal reconocida en lo académico, a veces nos
limitan en lo asistencial”. Cada año, el comité de gestión conformado por alumnas de la normal redacta un pliego petitorio dirigido a la oficina de Servicios Educativos del Estado de Chihuahua, organismo descentralizado del gobierno encargado de prestar el servicio educativo básico, y dependiente de la Secretaría de Educación y Deporte.
“Quien te da el recurso, es capaz de quitártelo”, sentencia Noemí. “No permitimos que nos quiten una sola cosa de nuestro pliego petitorio”.
¿Ha ocurrido que les limiten los recursos?
Noemí lo piensa. Decide responder con un ejemplo: “En el pliego petitorio solicitamos útiles. Supongamos que pido cinco lápices. Servicios Educativos responde: ¿Para qué cinco? Te doy cuatro. No se trata del lápiz que te quitan. Puedes pensar que no vale tanto. Pero hoy es un lápiz. Mañana, los cinco. Pasado mañana, el poder de gestión. Luego, la ración. Finalmente, te quitan todo. Hay que adelantarse al enemigo. No permitimos que ni un lápiz nos quiten”.
En efecto, las condiciones entre las normales rurales son distintas entre sí. Noemí asume que su normal es privilegiada, pero le aterra lo que ocurrió el 26 de septiembre en Iguala. Piensa que en Chihuahua está lejos de ocurrir algo así, “pero nos solidarizamos”.
Las alumnas de Saucillo forman parte de la Federación de Estudiantes Socialistas de México. En los dos años que lleva estudiando en la normal, había participado en otras actividades de apoyo a las otras escuelas. “Pero ninguna había tenido que ver con el atentado a la vida de nuestros compañeros”. Les molesta que a veces, en los raytes, algún conductor sugiera que los normalistas de Ayotzinapa obtuvieron su merecido. “¿Sabes qué?”, dice, con la mano recargada en la barbilla, sentada sobre un tronco de árbol cercano a los dormitorios de Ayotzinapa: “Yo creo que cuando pase el tiempo voy a decir: ‘yo era estudiante normalista cuando ocurrió lo de Ayotzinapa. Y fui. E hice guardia una hora, para que alguno de mis compañeros durmiera’. Desde la misma base estudiantil nos enseñan la hermandad. Y como maestra, por mi experiencia, podré enseñar a los niños a preocuparse unos por otros, a no ser egoístas”.
Belem asiente. No parece que exista algo en lo que muestren desacuerdo, al menos no en lo que han conversado. Con otros compañeros sí ha expresado sus diferencias. Relata que hace poco, un alumno integrante de la Federación, que también viajó a Ayotzinapa, le dijo que él no cambiaría estar ahí presente, ayudando, por nada del mundo.
La seriedad de Belem es de piedra cuando mueve la cabeza en una afirmación: “Yo sí. Yo cambiaría estar aquí, ayudando, porque jamás hubiera ocurrido lo que pasó el 26 de septiembre”.
Fuente: EmeEquis