El sangriento conflicto en que asola Siria va camino de su vigésimo mes y todavía no se vislumbra ninguna salida pacífica. A la vista la lucha que mantienen los insurgentes del Ejército Sirio Libre y las fuerzas leales al régimen en Alepo, no parece que la situación vaya a evolucionar a corto plazo. Un equipo de periodistas de Euronews se desplazó hasta la capital económica del país y su segunda ciudad de Siria. El resultado es el siguiente reportaje.
En el norte del país, hay pocos puntos de acceso y no son muy seguros. Para acceder a la ciudad milenaria, utilizamos el puesto fronterizo de Kilis, al sur de Turquía, puerta de entrada obligatoria para llegar a la ciudad de Azaz, situada al otro lado de la frontera y bajo control rebelde desde mediados de Julio. Alepo se encuentra a menos de 80 kilómetros en línea recta.
La imagen al llegar impresiona. Se trata de una ciudad en estado de sitio que está sumida en el caos.
¿Cuántos se han quedado aquí? Es imposible saberlo. Habría que recorrer cada rincón de la ciudad, una misión condenada al fracaso teniendo en cuenta que está literalmente partida en dos.
Sólo la zona bajo control del Ejército Sirio Libre, que sufre bombardeos de forma habitual, nos es accesible.
Los hospitales son también objetivo de las bombas. En Dar Al Chifat, rebautizado como el hospital de los hombres libres, los heridos llegan sin cesar.
Siete médicos, ayudados por 10 enfermeras y numerosos voluntarios, se encargan de los cuidados El verdadero problema aquí no es tanto la falta de medicamentos, como la desesperante falta de personal.
El doctor de emergencias Osman Osman, asegura que hasta el 80% de los heridos de guerra son civiles. “El resto son del ESL”, dice.
En el hospital tratan las urgencias tan rápido como pueden, pero procuran no descuidar al resto de pacientes. A veces, los combatientes llegan hasta aquí prácticamente sin esperanzas de vida.
Nur Al-Hayat, que trabaja aquí como enfermera voluntaria, conoce bien esta situación. Espera que los combates acaben pronto y es optimista, a pesar de la potencia del régimen. “Nuestras armas no son como las de ellos, nuestras armas son simples y a pesar de eso estamos ganando”, asegura.
En la frontera
Muchos de los que deciden irse se resisten a optar por la frontera turca. Tienen miedo a ser rechazados. Algunos se arriesgan a entrar en zonas todavía controladas por el régimen.
En los barrios de Hanano y Tarik el-Bab, el peligro viene principalmente del cielo. Una macabra y permanente danza de aviones de combate y helicópteros. Aunque aquí muchos ya se han acostumbrado a este peligro constante.
A la salir de Alepo abordamos a un grupo que parte hacia la frontera. Allí les espera el resto de su familia. Se llevan sólo lo imprescindible. “Tenemos que salir de aquí rápido, las bombas no paran de caer”, dice Ahmed, uno de ellos. “Han destruido todo, he visto a niños morir aplastados por restos de edificios que se han derrumbado sobre ellos”, recuerda.
Visitamos también Marea, a pocos kilómetros. Un lugar que el régimen considera base de retaguardia para los insurgentes.
Aquí los colegios tampoco se salvan de las bombas. El ejército regular cree los rebeldes los utilizan para sus fines. Algunas escuelas han sido reducidas a escombros por las bombas.
Hakim es profesor de una de ellas. “¿Estas son las reformas de Al Assad? ¿Bombardear colegios? ¿Dónde están los grupos armados? No están aquí. ¿Quieren también matar a nuestros hijos y destrozar nuestras escuelas? ¿Para qué todo esto?”, se pregunta.
Hakim recuerda que en otros conflictos armados los colegios han sido respetados. No es el caso. “Cuentan en los medios oficiales que esos grupos armados se esconcen aquí. Yo reto al ejércido de Assad a encontrar aquí una gota de sangre. Si aquí había grupos armados, habría sangre. Mirad el suelo”, nos pide.
No muy lejos de allí hablamos con Abou Hassan y Fatma. Desde el principio formaron parte del la revuelta contra el régimen. Sus nombres figuran en la lista negra.
Propietaria de algunas tiendas de ropa, Fatma cubre regularmente el trayecto entre su ciudad y Alepo. Hasan, por su parte, trabaja en el negocio funerario. Él vio llegar los primeros cadáveres. Recuerda que les habían matado con un hacha. “Enterramos a todos pero en seguida nos trajeron los cadáveres de otras cinco personas. Sus restos eran imposibles de identificar, ni siquiera por sus familias”.
Fatma promete que resistirán hasta el final. “Juro que no vamos a rendirnos hasta el último aliento. vamos a echarles”, asegura. “Si Dios quiere, después viviremos con seguridad y en libertad”.
Desertores por conciencia
Encontramos también a dos jóvenes desertores de unos 20 años. Aseguran que se negaron a seguir ciertas órdenes. Por eso uno de ellos ha pasado varios meses en prisión antes de ser liberado por los rebeldes. “Deserté porque me nos pedían que matásemos a la gente”, dice uno. Su compañero recuerda que pasó varios meses sin contacto con el exterior. “Ni siquiera con nuestras propias familias”, añade.
Más tarde, volvemos a encontrarnos con Ahmed y su familia en Talrefat, a mitad de camino entre Alepo y Azaz. Para no llamar la atención, cambian de vehículo. Khiriya Khatib, una ciudadana de Alepo que va en el mismo coche, cuenta que ha tenido que dormir en el pasillo junto a sus hijos durante días. “Teníamos tanto miedo que yo dormía con el velo puesto por si moría. No quería ofender a dios, sabe”.
Al nordeste de la ciudad de Alepo, el estruendo de las bombas es permanente. Tras ellas, el ruido de las labores de rescate que tratan de encontrar supervivientes entre los escombros.
En un lugar cuya hubicación mantienen en secreto, donde hablamos con Abdelkader el-Hadji, un civil de 32 años que dirige la Brigada Tawhid, la más importante del Ejército Libre. Asegura que la componen al menos 6.000 combatientes
En su opinión, las masacres que denuncian las ONGs son imputables en exclusiva al régimen. “Hay que tener en cuenta que en el ESL tiene un Consejo Legislativo que es el que decide la suerte de los prisioneros; ellos en cambio cometen ejecuciones sumarias en la calle, a la vista de todos”, asegura.
Abdelkader tiene que recargar la moral de sus hombres a menudo.
Con la intensificación de los combates, otro fenómeno que parece comenzar a ganar terreno es la tentación islamista, que seduce a algunos combatientes.
En la azotea del edificio charlamos con Mariam, una periodista que vive en la zona guvernamental y apoya a los insurrectos Asegura que tienen miedo de morir, pero que la lucha merece la pena “Estamos en esta revolución para vivir con justicia”, concluye.
Poco después regresamos al hospital que visitamos por la mañana. Han caído dos obuses. Tras verlo, salir de Alepo ese mismo día nos pareció la mejor opción. Sorprendidos por la violencia de los combates a las puertas mismas de la ciudad, decidimos dejarla antes de lo previsto.
Al llegar a la frontera con Turquía volvemos a ver a Ahmed, que por fin encuentra a su esposa. Ella llegó aquí hace unas semanas con los pequeños.
Sonríe el reunirse con ellos, pero para encontrar la tranquilidad todavía tendrán que esperar un poco: incapaz de hacer frene a la marea de refugiados, Turquía restringe temporalmente el acceso al campo de Kilis. Está saturado.
La esposa de Ahmed asegura que llevan allí 20 días.“Estamos viviendo en la calle, no hay comida, ni agua para lavar, ni electricidad”, relata. Pero volver a Alepo no es una opción. “Esa ciudad está siendo bombardeada… así que que Dios nos ayude”.
Otro refugiado reclama más atención internacional. “Es necesario que Obama presione, necesitamos que obligue al tirano a salir, necesitamos que se imponga un embargo aéreo”, clama.
Muchos como él cargan contra las acciones del régimen. “¿Por qué nos obligan a huir de nuestro país y a ser considerados unos parias por los demás árabes?”, se pregunta uno. “Hemos abandonado nuestras casa, nuestros pueblos nuestras familias ¿A dónde vamos ahora?”, se pregunta otro, más jóven, en parecida situación.
En la frontera con Turquía vagan errantes, sin sitio donde ir, esperando que este infierno acabe cuanto antes.
Fuente: euronews